escritora, periodista y crítica literaria

De noche llegan

Susana Corcuera

“… en silen­cio hablá­ba­mos. Pacien­te y com­pa­ñe­ra era la noche, aman­te y cóm­pli­ce la mon­ta­ña”. Al leer la fra­se del sub­co­man­dan­te Mar­cos que sir­ve de epí­gra­fe a De noche lle­gan me ima­gi­né a Ceci­lia encon­trán­do­se con ella por pri­me­ra vez, hace muchos años, cuan­do su men­te empe­za­ba a fra­guar el pro­yec­to de la nove­la que aho­ra Felou reedi­ta. Segu­ra­men­te las pala­bras del sub­co­man­dan­te la trans­por­ta­ron a las sel­vas y, como bien sabe­mos quie­nes hemos segui­do su tra­yec­to­ria, Ceci­lia no pue­de resis­tir a su lla­ma­do, como tam­po­co se resis­te a una bue­na dis­cu­sión polí­ti­ca o lite­ra­ria. ¿Cómo no sucum­bir ante un per­so­na­je como Mar­cos, apa­sio­na­do por esos mis­mos temas? ¿Cómo dejar pasar la opor­tu­ni­dad de inter­nar­se con él en un uni­ver­so que, al igual que el de Los pasos per­di­dos de Car­pen­tier, se des­va­ne­ce con cada tem­po­ra­da de llu­via?

Pero el sub­co­man­dan­te Mar­cos y Ceci­lia Urbi­na com­par­ten mucho más que su amor por las sel­vas, la polí­ti­ca y la lite­ra­tu­ra. Ambos son, cada uno a su mane­ra, detrac­to­res de los sis­te­mas fun­da­men­ta­dos en la explo­ta­ción. En una entre­vis­ta con moti­vo de la entre­ga del Pre­mio Coatli­cue de letras, Clau­dia Gómez Haro le pre­gun­ta a Ceci­lia cuá­les son los temas recu­rren­tes en sus nove­las. La res­pues­ta es la siguien­te: “Des­de lue­go, la rebel­día en con­tra de lo esta­ble­ci­do, de for­ma explí­ci­ta o implí­ci­ta. La polí­ti­ca, aun­que nun­ca he incur­sio­na­do en la nove­la his­tó­ri­ca: más bien la posi­ción del indi­vi­duo fren­te al sis­te­ma, su renuen­cia a seguir linea­mien­tos y a acep­tar la ver­sión de la his­to­ria que ésta ofre­ce. La nece­si­dad intrín­se­ca de con­ser­var un cri­te­rio per­so­nal y de cues­tio­nar todo cuan­to el sis­te­ma plan­tea como jus­ti­fi­ca­ción de sus actos… median­te mis per­so­na­jes quie­ro esta­ble­cer la pos­tu­ra del indi­vi­duo que dice no, en con­tras­te con el que dice sí a lo que dic­tan los demás”.

En De noche lle­gan, la dife­ren­cia entre Megan, una mujer dis­pues­ta a defen­der a cual­quier cos­to su pos­tu­ra con­tra la gue­rra de Viet­nam, cho­ca con la renuen­cia de Frank a cues­tio­nar al sis­te­ma. Esta dife­ren­cia de acti­tu­des es tan gran­de que Megan rom­pe una rela­ción que has­ta enton­ces pare­cía ideal. Sin embar­go, es a Frank a quien recu­rre cuan­do, más de vein­te años des­pués, su hijo Tim des­apa­re­ce en la sel­va chia­pa­ne­ca. La lla­ma­da lo sacu­de  con la fuer­za de los recuer­dos que a veces es mejor no des­per­tar. Y es así como el perio­dis­ta, que has­ta enton­ces se había deja­do lle­var por la vida sin opo­ner resis­ten­cia, se inter­na en la sel­va don­de Tim espe­ra ser res­ca­ta­do por sus com­pa­ñe­ros. “En el terri­to­rio del silen­cio”, como des­cri­be Ceci­lia al sitio don­de el hom­bre y el mucha­cho com­par­ten techo y comi­da, Frank des­cu­bre el sig­ni­fi­ca­do de las pala­bras de Megan que lo han per­se­gui­do duran­te déca­das: “No se pue­de ser tan apá­ti­co, tan egoís­ta, sin pagar el pre­cio.” Empe­za­mos a per­ci­bir el vacío de una exis­ten­cia sus­ten­ta­da en deci­sio­nes aje­nas…

“Eli­ge un enemi­go gran­de y eso te obli­ga­rá a cre­cer para poder enfren­tar­lo. Achi­ca tu mie­do por­que, si él cre­ce, tú te harás peque­ño”, escri­be el sub­co­man­dan­te Mar­cos en una car­ta a Eduar­do Galeano. En la nove­la de Ceci­lia Urbi­na, Tim ha ele­gi­do un enemi­go gran­de, ha ele­gi­do luchar por los idea­les de un pue­blo que ni siquie­ra es el suyo. Y, para hacer­lo, ha achi­ca­do su mie­do. Mien­tras Frank tiem­bla ante el pros­pec­to de llu­vias torren­cia­les, ani­ma­les aga­za­pa­dos detrás de los arbus­tos y hom­bres arma­dos ocul­tos entre las som­bras, Tim, tan dis­cre­to como entra­ña­ble, se com­pro­me­te con la gen­te que ha apren­di­do a res­pe­tar­lo. En una de sus dis­cu­sio­nes, Frank le pre­gun­ta qué está pasan­do en reali­dad, cuá­les son sus expec­ta­ti­vas. “¡Ten­go dere­cho a saber!” –excla­ma- “Qué te crees, no soy un estú­pi­do, un títe­re tuyo y de tus ami­gos.” El resu­men de una vida en una fra­se. ¿Tie­ne dere­cho a saber quien no se había atre­vi­do a pre­gun­tar? ¿Qué dere­chos tie­nen los que no toman par­ti­do? Sar­tre decía que el hom­bre está con­de­na­do a ser irre­me­dia­ble­men­te libre de cada uno de sus actos. A pesar de su juven­tud –o, qui­zá, gra­cias a ella‑, Tim está dis­pues­to a pagar el pre­cio de esa liber­tad. Algo en la sen­ci­llez de la con­gruen­cia entre sus accio­nes y sus pala­bras sacu­de la estruc­tu­ra men­tal de Frank. Has­ta enton­ces su vida había sido una suce­sión de días de tra­ba­jo caren­te de emo­cio­nes. Tim le rega­la la posi­bi­li­dad de pen­sar por sí mis­mo. De hacer que las cosas pasen. Es en medio de esa sel­va mitad fie­ra mitad madre don­de Frank des­cu­bre que la vida es mucho más que la expec­ta­ti­va de una copa de vino al regre­sar de la ofi­ci­na. Entre otras cosas, es la posi­bi­li­dad de recon­quis­tar a Megan.

En cuan­to al con­tex­to his­tó­ri­co, sabe­mos que los pro­ta­go­nis­tas están atra­pa­dos en un peque­ño pobla­do de la sel­va lacan­do­na, que la entra­da del ejér­ci­to es una ame­na­za laten­te y que Tim se ha uni­do a la lucha arma­da a favor de los ver­da­de­ros habi­tan­tes de las tie­rras don­de trans­cu­rre la his­to­ria. El libro no men­cio­na al EZLN ni al sub­co­man­dan­te Mar­cos; los miem­bros del Movi­mien­to apa­re­cen una sola vez para lue­go, casi de inme­dia­to, escu­rrir­se como som­bras. La estra­te­gia fun­cio­na. Al igual que Frank, el lec­tor bus­ca caras y nom­bres cono­ci­dos y aca­ba des­cu­brien­do que la lucha por la jus­ti­cia no tie­ne nom­bres ni par­ti­ci­pan­tes defi­ni­dos. Que su fuer­za radi­ca en la uni­ver­sa­li­dad de sus prin­ci­pios. De noche lle­gan no es un ejem­plo ais­la­do: el con­jun­to de la obra de Ceci­lia Urbi­na es una mues­tra de esa nue­va ten­den­cia lite­ra­ria de nues­tro país que, a dife­ren­cia de la ante­rior a los años 50, ha deja­do a un lado la bús­que­da de la iden­ti­dad nacio­nal para incli­nar­se por una bús­que­da de inte­gra­ción a la uni­ver­sa­li­dad lite­ra­ria. El que los per­so­na­jes atra­pa­dos en la sel­va lacan­do­na sean extran­je­ros le per­mi­te al lec­tor aso­mar­se al con­flic­to nacio­nal des­de un pun­to de vis­ta que no pre­ten­de enten­der cada matiz.

La secuen­cia de los acon­te­ci­mien­tos en De noche lle­gan refuer­zan lo ante­rior: Los pri­me­ros en irse son los com­pa­ñe­ros arma­dos de Tim, des­pués des­apa­re­cen los habi­tan­tes del pobla­do. Así, cuan­do final­men­te lle­ga el des­en­la­ce, los úni­cos que per­ma­ne­cen en la sel­va son dos extran­je­ros: Tim, el idea­lis­ta “hace­dor de mila­gros” y Frank, el perio­dis­ta que en su inten­to por recu­pe­rar a Megan se recu­pe­ra a él mis­mo. 

Antes de cerrar esta pre­sen­ta­ción qui­sie­ra recons­truir lo que podría ser un diá­lo­go entre el sub­co­man­dan­te Mar­cos y Ceci­lia. En la car­ta a Eduar­do Galeano fecha­da el 2 de mayo de 1995, Mar­cos escri­be: “No, no me preo­cu­pan ni la noche, ni la llu­via, ni los true­nos. Me preo­cu­pa eso de ¿sabe callar la pala­bra cuan­do ya no se encuen­tra con el momen­to que la nece­si­ta ni con el lugar que la quie­re? Y la boca, ¿sabe morir? (…) Y me pre­gun­to si no ha lle­ga­do la hora de callar, si no será que ya pasó el momen­to y ya no es el lugar, si no es la hora de morir la boca.” En De noche lle­gan, nove­la publi­ca­da por pri­me­ra vez en 1999, Frank se pre­gun­ta: “¿Cómo se lle­ga tan espon­tá­nea­men­te a la acción y al com­pro­mi­so, que Tim nun­ca men­cio­na pero que­dan gra­ba­dos en su voz? Las múl­ti­ples caras del com­pro­mi­so, y las innu­me­ra­bles for­mas de eva­sión que uno ela­bo­ra para esca­par de él. Y al final no hay más que uno, aquel que se adquie­re con­si­go mis­mo.” Y me ima­gino al sub­co­man­dan­te leyen­do, aho­ra él, a Ceci­lia, con­ten­to de saber que su voz ha encon­tra­do un eco en una escri­to­ra con su tra­yec­to­ria.