escritora, periodista y crítica literaria

Alfredo Bryce Echenique

DE JULIUS A MANONGO: EL CICLO DEL DESENCANTO

Exis­te el amor, la amis­tad, el tra­ba­jo (la lite­ra­tu­ra, en mi caso) y des­pués no exis­te nada. La idea que me he hecho de ellos me ha per­mi­ti­do sopor­tar una reali­dad siem­pre dema­sia­do cha­ta. Y el absur­do de la vida, el ano­na­da­mien­to, y la nada”.1

La fra­se que abre este tex­to es del libro (Per­mi­so para vivir) que Alfre­do Bry­ce Eche­ni­que sub­ti­tu­la anti­me­mo­rias. Muy ade­cua­do el títu­lo; casi todos sus libros tie­nen que ver con algún anti. Como dice, la reali­dad es para él dema­sia­do cha­ta, y sue­le desem­bo­car en un abis­mal fra­ca­so. El amor se con­vier­te en anti-amor, casi siem­pre, la polí­ti­ca en anti-polí­ti­ca, y así se acu­mu­lan los anti-todos en la lar­ga tra­gi­co­me­dia que con­for­man sus nove­las. Una tra­gi­co­me­dia ‑se com­pren­de al leer sus anti­me­mo­rias- basa­da en la vida del autor. Se lla­men Julius, Mar­tín, Manon­go o Pedro, las más­ca­ras se con­fun­den sobre el ros­tro de sus anti­hé­roes y el lec­tor tra­ta de encon­trar a Alfre­do Bry­ce Eche­ni­que detrás de cada una. La cha­ta reali­dad los reba­sa y el absur­do de la vida se hace pre­sen­te a cada momen­to, “…por­que lle­van incrus­ta­da la tre­me­bun­da espa­da de la timi­dez y ese asun­to de la fal­ta de agre­si­vi­dad…”2

Sor­pren­de, ante tan­to énfa­sis en la timi­dez, el esti­lo des­afo­ra­do, barro­co, para des­nu­dar­se por escri­to, y el humor limí­tro­fe con la far­sa. ¿Remi­nis­cen­cias de Rabe­lais y Lau­ren­ce Ster­ne, a quie­nes Bry­ce Eche­ni­que cata­lo­ga entre sus escri­to­res pre­fe­ri­dos? Algo del espí­ri­tu de Tris­tam Shandy pare­ce con­ta­giar a unos per­so­na­jes tan pro­pen­sos a jugar con la idea de la locu­ra, una locu­ra momen­tá­nea y auto­in­du­ci­da, dise­ña­da más que nada para esca­par a situa­cio­nes impo­si­bles de sobre­lle­var. Los pro­ta­go­nis­tas rom­pen toda barre­ra de pudor para exhi­bir sus tor­men­tos mora­les y físi­cos –y vaya que son ator­men­ta­dos- en los lar­gos diá­lo­gos con el lec­tor. Diá­lo­gos o con­fe­sio­nes.

La pri­me­ra nove­la de Bry­ce Eche­ni­que, escri­ta en Euro­pa des­pués de su exi­lio volun­ta­rio de Perú, es Un mun­do para Julius. Según comen­ta su alter ego, Mar­tín Roma­ña,  (pro­ta­go­nis­ta de La vida exa­ge­ra­da de Mar­tín Roma­ña, cró­ni­ca de los años pari­si­nos de un escri­tor sos­pe­cho­sa­men­te afín al mis­mo Bry­ce)  “de puro serio, o de puro imbé­cil, Bry­ce Eche­ni­que se había leí­do cin­cuen­ta tomos de noví­si­ma psi­co­lo­gía infan­til antes de escri­bir Un mun­do para Julius, con el fin de no meter las cua­tro al crear al per­so­na­je infan­til de esa nove­la. Su con­clu­sión, al cabo de tan­ta lec­tu­ra: prác­ti­ca­men­te todo es posi­ble tra­tán­do­se de un niño”.3 (Uno de los nume­ro­sos jue­gos de Bry­ce Eche­ni­que ‑escri­tor jugue­tón por natu­ra­le­za- con­si­go mis­mo y con sus lec­to­res es el de hacer que sus per­so­na­jes lo men­cio­nen a lo lar­go de sus nove­las). La con­clu­sión, y los cin­cuen­ta tomos, ayu­da­ron en la estruc­tu­ra de ese entra­ña­ble y total­men­te vero­sí­mil pro­ta­go­nis­ta que logra cre­cer ante nues­tros ojos a lo lar­go de varios años y casi qui­nien­tas pági­nas.  Julius vive y sufre el mun­do de la infan­cia, tan incom­pren­di­do por los adul­tos que le toca­ron en suer­te; al mis­mo tiem­po, con su mira­da agu­da e ino­cen­te, obser­va ese otro mun­do, el de ellos -su madre y su padras­tro- espe­cí­me­nes repre­sen­ta­ti­vos del medio social que supo­ne­mos Bry­ce Eche­ni­que qui­so aban­do­nar en su país. Supo­ne­mos con cier­tas garan­tías de acier­to, si nos ate­ne­mos a lo que el escri­tor dice: “…yo salí de mi infan­cia com­ple­ta­men­te solo, bas­tán­do­me en un rin­cón”4. Otro de sus jue­gos es el de infor­mar­nos, tan­to en sus memo­rias como a tra­vés de sus per­so­na­jes, de sus orí­ge­nes fami­lia­res aris­to­cra­ti­zan­tes y  ricos. No sabe­mos si el sar­cas­mo bas­tan­te feroz con el que retra­ta a la oli­gar­quía perua­na, al empe­ño de una cla­se domi­nan­te por res­ca­tar ape­lli­dos y bla­so­nes en la Espa­ña de los ances­tros, es solo un vehícu­lo de crí­ti­ca social o, tam­bién, un modo de situar­se ante sus lec­to­res. Por­que el escri­tor, sea Bry­ce Eche­ni­que o Mar­tín Roma­ña, que sub­sis­te mise­ra­ble­men­te en el París de todos sus tor­men­tos con un magro sala­rio de pro­fe­sor, lo hace has­ta que la situa­ción se pone deve­ras fea, momen­to en que recu­rre a la che­que­ra de mamá para que lo sal­ve. Estas con­fe­sio­nes, que podrían resul­tar irri­tan­tes, lo con­vier­ten una  vez más en anti­hé­roe y le otor­gan a sus escri­tos un tono de inti­mi­dad. El escri­tor, real o fic­ti­cio, se reco­no­ce pre­su­mi­do; nadie se auto­de­no­mi­na fin de raza sin impli­car que ahí hubo una raza a la cual poner­le fin. “Esco­ce­ses y vas­cos que dege­ne­ra­ron en el fin de raza peruano, que, según dicen, soy. Y según es peor, a veces me sien­to”.5 Pero la pobre raza está tan deva­lua­da, le es tan arduo a su últi­mo vás­ta­go nave­gar por la vida ‑con o sin sillón Vol­tai­re- que le per­do­na­mos todas las alu­sio­nes a los jue­gos de pla­ta de mamá y los ape­lli­dos ilus­tres para con­mi­se­rar­nos de su  pre­sen­te, más bien pro­pio de Sísi­fo: “He vivi­do siem­pre con la sen­sa­ción de per­te­ne­cer a un mun­do ven­ci­do y de que el ven­ce­dor es cruel”6. 

Dos temas recu­rren­tes en la obra de Bry­ce Eche­ni­que dan ori­gen al lar­go ciclo de des­en­can­to que ésta impli­ca: el amor y la polí­ti­ca. La polí­ti­ca gran­de o peque­ña: la de los gobier­nos –perua­nos y por exten­sión, lati­no­ame­ri­ca­nos- que len­ta­men­te ero­sio­nan el acer­vo y la moral de sus pue­blos; la de los exila­dos lati­no­ame­ri­ca­nos en Euro­pa, un con­glo­me­ra­do ecléc­ti­co. Bry­ce Eche­ni­que men­cio­na tam­bién a Cer­van­tes y Heming­way como favo­ri­tos: en su obra, uno iden­ti­fi­ca al Qui­jo­te empe­ña­do en la per­se­cu­ción de Dul­ci­neas sos­pe­cho­sa­men­te Aldon­zas, pero el fan­tas­ma de Heming­way, ron­dan­do los cafés del Barrio Latino, es un refle­jo utó­pi­co para estos per­so­na­jes tan iner­mes ante la vida y el amor. El héroe heming­wa­yano, con­te­ni­do y un tan­to cíni­co, apa­re­ce sólo como refe­ren­cia a esos seres míti­cos que se invo­lu­cran, sal­tan a la trin­che­ra o la barri­ca­da y viven o mue­ren en la acción. Mar­tín Roma­ña se apro­xi­ma a los enfren­ta­mien­tos con terror, y se ocu­pa más que nada en fin­gir que actúa mien­tras huye, inte­lec­tual y físi­ca­men­te, de todo com­pro­mi­so con un con­flic­to polí­ti­co –el del 68 en Fran­cia- que lo reba­sa y al que obser­va con una dosis de cinis­mo mucho mayor de la que Heming­way jamás soñó, mien­tras lo que él sue­ña es “que te pare­cías al Che Gue­va­ra, cuan­do barri­ca­dea­bas, y a Jean-Paul Sar­tre cuan­do escri­bías”7. Lo que escri­be es su enor­me envi­dia por Bry­ce Eche­ni­que “ que está tan tran­qui­li­to en su casa escri­bien­do Un mun­do para Julius”. Exis­te esa ambi­güe­dad cons­tan­te ‑hones­ti­dad o cinis­mo- en el aná­li­sis de los com­pa­ñe­ros de exi­lio en París: “…para ser mili­tan­te, bueno o malo, se nece­si­ta­ba aban­do­nar París, regre­sar al Perú, y una vez allá, empu­ñar las armas o algo así. Yo vi par­tir a muchos, con ese fin, pero la ver­dad es que des­pués, con el tiem­po, me fui ente­ran­do que lo úni­co que habían empu­ña­do era un buen pues­to en el minis­te­rio. Cla­ro, es el dra­ma de las cla­ses medias, es el dra­ma de Lati­noa­mé­ri­ca, y no hay que amar­gar­se tan­to, todo se expli­ca, hay tam­bién los ver­da­de­ros”. 8 Para esos, “los ver­da­de­ros”, tie­ne un home­na­je ambi­va­len­te: “eran de a ver­dad, eran como heroi­cos las vein­ti­cua­tro horas del día”. El com­pro­mi­so lite­ra­rio con la polí­ti­ca ven­drá des­pués, en No me espe­ren en abril, pero ya aquí se da esa fal­ta de fe en la auten­ti­ci­dad de los indi­vi­duos que per­mea su obra. 

Y que­da el amor, para sal­var­lo todo. El amor y la amis­tad. Lo cual tam­po­co se da fácil para el qui­jo­te en bus­ca de Dul­ci­neas-Aldon­zas. Cada encuen­tro amo­ro­so en las nove­las de Bry­ce Eche­ni­que equi­va­le a la cró­ni­ca de un aban­dono anun­cia­do. El amor infan­til de Julius por su her­ma­na, su madre o su nana sucum­be ante la muer­te o la fri­vo­li­dad; el obse­si­vo ena­mo­ra­mien­to de Mar­tín Roma­ña por Inés, su mujer, lo pone lite­ral­men­te a las puer­tas de la muer­te; su rela­ción pos­te­rior con Octa­via de Cádiz –esa figu­ra eva­nes­cen­te- está con­de­na­da al fra­ca­so. Qué amo­res tur­bu­len­tos, qué ener­gía des­per­di­cia­da, qué insis­ten­cia de estos per­so­na­jes en el sufri­mien­to. Todo en medio de una auto­crí­ti­ca bur­lo­na, un feroz empe­ño en dibu­jar­se como el per­de­dor, el aman­te tor­pe, el necio e ilu­so per­se­gui­dor de una mujer que ha deja­do de que­rer­lo. Por­que las muje­res no son cul­pa­bles; care­cen de sen­si­bi­li­dad, tal vez, de la inago­ta­ble reser­va de pacien­cia que seme­jan­te devo­ción requie­re. Pro­yec­tan su ima­gen de sere­na for­ta­le­za en medio de la catás­tro­fe, siguen su camino sin inmu­tar­se ante la marea de pasio­nes que ame­na­za inva­dir­las. Cuan­do uno lee las anti­me­mo­rias, y su con­tra­par­ti­da fic­cio­na­li­za­da Que no me espe­ren en abril, encuen­tra un ante­ce­den­te reve­la­dor: Tere­sa, “la mucha­cha de tez muy blan­ca, y nariz res­pin­ga­da”9. Esa nariz pare­ce haber mar­ca­do para siem­pre el des­tino sen­ti­men­tal del autor y su obra. Según nos cuen­ta Bry­ce Eche­ni­que, Tere­sa fue su pri­mer y deses­pe­ra­do amor de ado­les­cen­te. “A Tere­sa la per­dí por mi cul­pa, ate­rrán­do­la con la pose­si­vi­dad de mi amor, con mis celos, con el des­en­la­ce trá­gi­co en el que siem­pre tenían que desem­bo­car cada una de nues­tras con­ver­sa­cio­nes”.10 De la ado­les­cen­cia de Bry­ce, Tere­sa sal­ta a la de Manon­go Ster­ne 11con el mis­mo nom­bre, la mis­ma nariz y el mis­mo resul­ta­do. Y de ahí se des­do­bla en el tiem­po y la geo­gra­fía para seguir huyen­do de los celos, la pose­si­vi­dad y la tra­ge­dia ima­gi­na­da por sus suce­si­vos aman­tes. Tra­ge­dia que, de tan­ta empe­ño ima­gi­na­ti­vo en vis­lum­brar­la, ter­mi­na por con­ver­tir­se en reali­dad. Los desas­tres se acu­mu­lan, el cata­clis­mo ace­cha en medio de fes­te­jos alcoho­li­za­dos, de via­jes con entra­ña­bles ami­gos –ésos nun­ca le fal­tan ni al autor ni a sus per­so­na­jes; com­pa­ñe­ros de incon­mo­vi­ble leal­tad y afec­to eterno. Pero el cata­clis­mo suce­de perió­di­ca­men­te; las ama­das huyen, aban­do­nan el cam­po y al indi­vi­duo. El héroe sufre, se repo­ne y con­ti­núa su ruta de saté­li­te en una gala­xia pobla­da por pla­ne­tas feme­ni­nos de indes­truc­ti­ble encan­to. Todos estos vai­ve­nes emo­cio­na­les corres­pon­den, sin embar­go, a esa reali­dad cha­ta que Bry­ce men­cio­na y que él y sus per­so­na­jes supe­ran con amor, amis­tad y tra­ba­jo. El ver­da­de­ro absur­do, el des­en­can­to y un dejo de des­es­pe­ran­za sur­gen en No me espe­ren en abril.

Rela­ta el escri­tor que, en la cere­mo­nia de entre­ga del pre­mio Ricar­do Pal­ma por Un mun­do para Julius que se lle­vó a cabo en Lima, el minis­tro de Edu­ca­ción dijo que entre el enton­ces pre­si­den­te gene­ral Velas­co y Bry­ce Eche­ni­que habían liqui­da­do a la oli­gar­quía perua­na; ante seme­jan­te des­aca­to, un miem­bro con­ser­va­dor de su fami­lia sufrió un des­ma­yo y aban­do­nó el lugar en cami­lla. La nove­la no pre­ten­día liqui­dar ni al parien­te ni a las cla­ses altas del país, pero dadas las cir­cuns­tan­cias de su publi­ca­ción, se le adju­di­có una fuer­te car­ga polí­ti­ca. Esa crí­ti­ca, evi­den­te para los lec­to­res de Un mun­do para Julius, la reto­ma Bry­ce Eche­ni­que en No me espe­ren en abril (inclu­so apa­re­ce uno de los per­so­na­jes de aque­lla, como un gui­ño al lec­tor fiel) con otra visión. La nove­la se ini­cia con varios capí­tu­los acer­ca de la vida en St. Paul’s, la pecu­liar escue­la con pro­gra­mas y pro­fe­so­res ingle­ses fun­da­da por un gru­po de padres de fami­lia preo­cu­pa­dos por la “humi­di­fi­ca­ción” de Perú, y deseo­sos de que sus hijos per­pe­túen su nos­tal­gia por lo bri­tá­ni­co ‑civi­li­za­do y bueno- en con­tra­po­si­ción a lo esta­du­ni­den­se ‑vul­gar- y des­de lue­go a lo peruano, irre­me­dia­ble­men­te pri­mi­ti­vo. Uno se per­mi­te notar en este anec­do­ta­rio estu­dian­til una fuer­te car­ga auto­bio­grá­fi­ca por varias razo­nes: por la dedi­ca­to­ria, por­que Bry­ce estu­dió pri­ma­ria y secun­da­ria en escue­las con pro­fe­so­ra­do inglés y esta­du­ni­den­se, y por los exce­len­tes retra­tos ‑unos deta­lla­dí­si­mos, otros meros esbo­zos, muchos cari­ca­tu­ras- de los com­pa­ñe­ros y maes­tros de St. Paul’s. El pro­ta­go­nis­ta, ya adul­to, vive en el extran­je­ro, como Bry­ce, y regre­sa a Lima por cor­tas tem­po­ra­das. Estos via­jes espo­rá­di­cos le otor­gan pers­pec­ti­va para aqui­la­tar los cam­bios acae­ci­dos en la ciu­dad y sus habi­tan­tes: dete­rio­ro, mise­ria, men­di­gos, ambu­lan­tes ‑un espe­jo omi­no­so para los lec­to­res lati­no­ame­ri­ca­nos- y el éxo­do de una cla­se anti­gua­men­te pode­ro­sa que se auto­exi­lia, espol­vo­rean­do el mun­do con expa­tria­dos en bus­ca de  segu­ri­dad.

            La cro­no­lo­gía de la nove­la se esta­ble­ce a tra­vés de nom­bres de pelí­cu­las, estre­llas fíl­mi­cas y letras de can­cio­nes (recur­so que ya había uti­li­za­do en La últi­ma mudan­za de Feli­pe Carri­llo) estas últi­mas exce­len­te­men­te adap­ta­das a las peri­pe­cias de la his­to­ria. El tono es sar­cás­ti­co, feroz­men­te crí­ti­co, pero tam­bién hones­to. Es la gene­ra­ción del autor radio­gra­fia­da emo­cio­nal, social y polí­ti­ca­men­te. Hay un racis­mo asu­mi­do como pro­pio en la voz del narra­dor, racis­mo que se disuel­ve en la expe­rien­cia com­par­ti­da. La pri­me­ra par­te es el anda­mia­je de la obra: en esa épo­ca esco­lar, Manon­go Ster­ne Tovar y de Tere­sa hará ami­gos entra­ña­bles y dura­de­ros, se ena­mo­ra­rá per­di­da­men­te y para siem­pre –una vez más- y aca­ba­rá por trai­cio­nar todo lo que algu­na vez pen­só de sí mis­mo. El pro­ta­go­nis­ta de No me espe­ren en abril es tan ambi­va­len­te como su nom­bre:  inge­nuo y prag­má­ti­co, idea­lis­ta y ambi­cio­so. Manon­go es un apo­do infan­til, de esos que se dan en la niñez y se ins­ta­lan; el ape­lli­do, con sus con­no­ta­cio­nes extran­je­ri­zan­tes y aris­tó­cra­tas, habla de orí­ge­nes eli­tis­tas. Creo que esta elec­ción no tie­ne nada de casual, y es el anun­cio de la temá­ti­ca gene­ral de la nove­la. Manon­go Ster­ne Tovar y de Tere­sa lle­va en su nom­bre las obse­sio­nes de su cla­se.

            Bry­ce Eche­ni­que narra la his­to­ria de un amor y un país a tra­vés del recuen­to de múl­ti­ples trai­cio­nes: la del padre Ster­ne a su hijo ‑al “ven­der” su repu­tación por con­ve­nien­cias incon­fe­sa­bles- y la de Tere, el amor ado­les­cen­te y loco, la mucha­cha que va siem­pre unos pasos ade­lan­te que Manon­go y lo reba­sa en una reali­dad que él se nie­ga a enten­der. Estas dos trai­cio­nes alte­ran el pro­yec­to de vida del mucha­cho y lo con­vier­ten en algo que nun­ca pen­só ser: el socio de su padre en una empre­sa de con­no­ta­cio­nes dudo­sas, ori­gen de una inmen­sa for­tu­na hecha en los paraí­sos fis­ca­les del mun­do con los capi­ta­les sus­traí­dos a un Perú des­po­ja­do por sus polí­ti­cos y su eli­te empre­sa­rial. Esta es la ter­ce­ra trai­ción; para narrar­la, Bry­ce se des­po­ja de su tono exu­be­ran­te e incur­sio­na en la tra­ge­dia de un país empo­bre­ci­do y ero­sio­na­do eco­nó­mi­ca y cul­tu­ral­men­te por los gobier­nos corrup­tos, la pau­pe­ri­za­ción del cam­po, la alter­nan­cia de ten­den­cias que crean millo­na­rios y ago­tan a la pobla­ción. Bry­ce hace un aná­li­sis de las últi­mas déca­das de la his­to­ria de su país; equi­va­le a un gri­to sin espe­ran­za ante tan­ta inep­ti­tud, tan­ta des­ho­nes­ti­dad, y, por últi­mo, a un des­aho­go de impo­ten­cia.

            Manon­go, como Julius, es un niño sen­si­ti­vo y vul­ne­ra­ble, pero el tiem­po es un agen­te cruel, y lo con­vier­te en un adul­to con el sín­dro­me de Peter Pan, un impla­ca­ble hom­bre de nego­cios cuya ima­gi­na­ción no logra supe­rar su amor ado­les­cen­te. Vive un tiem­po alterno y una geo­gra­fía equí­vo­ca. Hay un para­le­lis­mo y un con­tras­te entre Manon­go y su país: el éxi­to de uno impli­ca el dete­rio­ro del otro.

            Esta nove­la par­ti­ci­pa del esti­lo cono­ci­do de Bry­ce –la espon­ta­nei­dad de la escri­tu­ra, el tono bur­les­co y la auto­irri­sión- en la pri­me­ra par­te; des­pués adquie­re nue­vos mati­ces, una madu­rez des­en­can­ta­da en el rit­mo narra­ti­vo, un aban­dono de su eter­na bur­la de sí mis­mo y de lo que le rodea para explo­rar el dra­ma de la dis­tan­cia, la sole­dad y la incom­pren­sión. Desem­bo­ca en un final inusi­ta­da­men­te trá­gi­co, como si el mun­do caó­ti­co que retra­ta no tuvie­ra mejor sali­da.

No me espe­ren en abril pare­ce cerrar un ciclo con un cam­bio impor­tan­te en la per­so­na­li­dad del pro­ta­go­nis­ta. Los ante­rio­res –Julius, Mar­tín Roma­ña, Feli­pe Carri­llo, Pedro- eran víc­ti­mas de las cir­cuns­tan­cias y de sí mis­mos; su peren­ne mala suer­te, narra­da con gozo­so maso­quis­mo, daba lugar a lar­gas con­fe­sio­nes de fra­ca­so. Manon­go Ster­ne Tovar y de Tere­sa ini­cia la suya en el mis­mo tono, pero es el pri­mer anti­hé­roe que trai­cio­na la intrín­se­ca hones­ti­dad de los ante­rio­res. Esos eran tor­pes y vul­ne­ra­bles, sufri­dos ejem­plos de lo que a ese mun­do ven­ci­do le depa­ra el cruel ven­ce­dor. Manon­go es par­tí­ci­pe del mun­do de los ven­ci­dos en el área amo­ro­sa, pero se inclu­ye como ven­ce­dor cruel en la eco­nó­mi­ca y polí­ti­ca. Derro­ta­do por su fra­ca­so sen­ti­men­tal, pier­de la pers­pec­ti­va fren­te a los patro­nes fami­lia­res y se deja derro­tar tam­bién en sus con­vic­cio­nes como indi­vi­duo. He aquí el mayor des­en­can­to que el ven­ce­dor le reser­va al ven­ci­do: la trai­ción a sí mis­mo. Por­que en No me espe­ren en abrilya no se habla de las más­ca­ras que cubren el ros­tro de los acti­vis­tas auto­in­ven­ta­dos, ni de las fan­ta­sías polí­ti­cas de los gue­rri­lle­ros de café. Aquí se tra­ta de la derro­ta de un país y un con­ti­nen­te, y creo que, en el fon­do, se plan­tea una crí­ti­ca amar­ga –des­pro­vis­ta ya de la far­sa- a una cla­se domi­nan­te que es cau­sa y artí­fi­ce de esa derro­ta.

1. A. Bry­ce Eche­ni­que, Per­mi­so para vivir , Cal y Are­na 1994.

2. A. Bry­ce Eche­ni­que, La vida exa­ge­ra­da de Mar­tín Roma­ña, Ed. Ove­ja Negra, Colom­bia 1985.

3. La vida exa­ge­ra­da de Mar­tín Roma­ña

4. Per­mi­so para vivir

5. A. Bry­ce Eche­ni­que, Per­mi­so para vivir, Ed. Cal y Are­na, Méxi­co, 1994. 

6. Per­mi­so para vivir

7. La vida exa­ge­ra­da de Mar­tín Roma­ña

8. La vida exa­ge­ra­da de Mar­tín Roma­ña.

9. Per­mi­so para vivir

10. Per­mi­so para vivir

11. Bry­ce Eche­ni­que, Que no me espe­ren en abril, Cal y Are­na 1994.