escritora, periodista y crítica literaria

Doris Lessing: La crisis de la identidad

Doris Les­sing par­ti­ci­pa de un fenó­meno muy común en algu­nas gene­ra­cio­nes (que ya han engen­dra­do exce­len­tes escri­to­res) de ciu­da­da­nos ingle­ses: nació en 1919 en Per­sia, pero vivió 25 años en Rode­sia, enton­ces colo­nia de su majes­tad bri­tá­ni­ca en Afri­ca. El cre­cer en un sis­te­ma social de cla­ses divi­di­das, racis­ta y dis­cri­mi­na­to­rio, sue­le pro­du­cir dos cate­go­rías de indi­vi­duos; aquel a quien el medio mar­có inevi­ta­ble­men­te y par­ti­ci­pa de esa mane­ra de pen­sar, y el libe­ral inna­to que se rebe­la con­tra una estruc­tu­ra que le repug­na. Doris Les­sing per­te­ne­ce a este últi­mo gru­po. Pero ésta no es la úni­ca con­se­cuen­cia de sus cir­cuns­tan­cias. Les­sing emi­gra de Afri­ca a Ingla­te­rra des­pués de la Segun­da Gue­rra mun­dial y arri­ba “a casa”, home, como dicen los colo­nia­les, con un baga­je ideo­ló­gi­co arrai­ga­do y una mira­da de pri­vi­le­gio: tie­ne la dis­tan­cia para eva­luar el con­tex­to social y polí­ti­co. “Era un país absor­to en el mito, ador­mi­la­do y soña­dor; si había un fac­tor o hecho común que per­mea­ba todo lo demás, éste con­sis­tía en que nada era en reali­dad como se des­cri­bía — como si un espí­ri­tu de retó­ri­ca (¿debi­do a la gue­rra?) hubie­ra infec­ta­do todo y hecho impo­si­ble que cual­quier cosa se con­tem­pla­ra direc­ta­men­te.” La Ingla­te­rra de la pos­gue­rra: el ina­mo­vi­ble sis­te­ma de cla­ses y sus sím­bo­los, ves­ti­do, escue­la, acen­to, que nin­gun con­flic­to béli­co, ese nive­la­dor por exce­len­cia, ha logra­do des­man­te­lar com­ple­ta­men­te. Com­pren­si­ble para sus miem­bros, y que los extran­je­ros o recién lle­ga­dos inten­tan des­ci­frar en gene­ral sin éxi­to. La mira­da de Doris Les­sing tie­ne dis­tan­cia, diji­mos, pero no sólo para ese medio que la con­fun­de; tam­bién para el que dejó atrás, la colo­nia, que se pro­yec­ta en el tiem­po y el espa­cio con una nue­va pers­pec­ti­va. Esa sen­sa­ción de no per­te­ne­cer total­men­te a nin­gún mun­do se aña­de a otra coor­de­na­da cons­tan­te en la obra de Les­sing: la situa­ción de la mujer en apa­rien­cia libe­ra­da y en la reali­dad víc­ti­ma de un con­tex­to social des­fa­vo­ra­ble: “las muje­res son cobar­des por­que han sido semi-escla­vas duran­te tan­to tiem­po”, dice Les­sing en el pre­fa­cio a EL cua­derno dora­do.

El tra­yec­to de la colo­nia al país de ori­gen idea­li­za­do des­de la leja­nía, de la niñez a la edad madu­ra, del entu­sias­mo polí­ti­co a la des­ilu­sión es narra­do por Les­sing en esa lar­ga serie de cin­co nove­las, una saga del indi­vi­duo y la socie­dad, Los hijos de la vio­len­cia. Martha Quest, pro­ta­go­nis­ta y segu­ra­men­te alter ego de la auto­ra, cre­ce en una doble tie­rra de nadie: la cam­pi­ña de Rode­sia, don­de la vida se estan­ca en la rigi­dez de la supre­ma­cía racial blan­ca, y el perío­do entre las dos gue­rras, cuan­do la momen­tá­nea tran­qui­li­dad se tiñe de angus­tia en la espe­ra de lo que va a suce­der de nue­vo. El tema cons­tan­te de los padres es la nos­tal­gia por suce­sos que el tiem­po revis­te de heroís­mo, mien­tras en la atmós­fe­ra flo­tan pre­mo­ni­cio­nes omi­no­sas. Si la vida en el cam­po ador­me­ce, en la ciu­dad se res­pi­ran aires tras­no­cha­dos de los ale­gres vein­tes. Martha Quest bebe, bai­la, se casa, se divor­cia; no hay una cla­ra jerar­qui­za­ción de impor­tan­cia entre las dis­tin­tas acti­vi­da­des, ni una espe­cial sen­si­bi­li­dad intros­pec­ti­va fren­te a algu­na de ellas. Más bien la lar­ga osci­la­ción psi­co­ló­gi­ca y emo­cio­nal de una joven atra­pa­da momen­tá­nea­men­te en un matri­mo­nio y un medio que no la satis­fa­cen pero la tien­tan con la noción de segu­ri­dad y per­te­nen­cia. El derrum­be de la apa­tía vie­ne con el acti­vis­mo polí­ti­co. Es el momen­to dora­do del mode­lo comu­nis­ta, cuan­do el inte­lec­tual se sien­te obli­ga­do a adhe­rir­se al par­ti­do o a sim­pa­ti­zar con él en una mani­fes­ta­ción pro­gre­sis­ta. El des­con­trol de los socia­lis­tas euro­peos inmer­sos en una socie­dad de cas­tas y vio­len­cia racial se con­fun­de con el inge­nuo y faná­ti­co idea­lis­mo com­par­ti­do por gru­pos suje­tos al lide­raz­go de unos cuan­tos autén­ti­cos polí­ti­cos. Es el naci­mien­to de un nue­vo mun­do que se con­tem­pla des­de la irrea­li­dad: acción polí­ti­ca e inte­lec­tual des­pro­vis­ta del toque humano, y eufo­ria de la lucha en un medio de pro­vin­cia des­qui­cia­do por la inva­sión de la gue­rra. Cuan­do ésta ter­mi­na, que­dan los des­po­jos: de las ilu­sio­nes, de la embria­guez de la tra­ge­dia, del entu­sias­mo con el ideal comu­nis­ta. El úni­co recur­so es huir. Martha Quest huye, a otro medio tam­bién inva­di­do de des­po­jos, terri­ble­men­te medio­cre en sus rígi­dos con­ven­cio­na­lis­mos. La épo­ca de la gue­rra fría es el fin de la luci­dez, de la lógi­ca y las leal­ta­des; el fin de la cre­du­li­dad para el hom­bre común.

Los hijos de la vio­len­cia es un aná­li­sis de los cam­bios en el indi­vi­duo y la socie­dad de los años trein­ta a los sesen­ta, y un comen­ta­rio acer­ca del poder y la corrup­ción. Martha Quest, eje y pro­ta­go­nis­ta, per­ma­ne­ce casi has­ta el final en un ambi­va­len­te papel de obser­va­do­ra. La vida suce­de a su alre­de­dor, los acon­te­ci­mien­tos le lle­gan, ella no los pro­vo­ca; son otros los que deci­den lo que ha de pasar, otros los que la moti­van, la recha­zan o la aco­gen. Su entu­sias­mo y su pasión res­pon­den a estí­mu­los aje­nos, y cuan­do éstos des­apa­re­cen tam­bién lo hacen aqué­llos. Su terri­ble rela­ción de amor/odio con su madre, sus matri­mo­nios, sus affai­res, sus acti­tu­des polí­ti­cas care­cen de cla­ros pará­me­tros volun­ta­rios pro­pios; Martha es a veces un mero trans­mi­sor de emo­cio­nes aje­nas, casi un obje­to sus­ti­tu­to, inclu­so sexual, de otros seres. “…más que nun­ca, y exac­ta­men­te como recor­da­ba haber sen­ti­do tan­tas veces, (tan­tas, tan­tas, tan­tas,) su vida se ase­me­ja­ba a una esta­ción de ferro­ca­rril que daba ser­vi­cio a tre­nes que par­tían veloz­men­te en todas direc­cio­nes.” Sólo al final de La ciu­dad de las cua­tro puer­tas, últi­ma nove­la de la serie, Martha Quest adquie­re la esta­tu­ra de una madre tie­rra, madre uni­ver­sal pro­tec­to­ra de una nue­va raza y un nue­vo orden pos­te­rio­res al holo­caus­to que Les­sing esbo­za como ame­na­za a esta socie­dad des­qui­cia­da. Si ese nue­vo orden es el anun­cio de otra temá­ti­ca de Les­sing –su incur­sión en fan­ta­sías futu­ris­tas en el esti­lo de la cien­cia fic­ción– el per­so­na­je de Martha Quest ofre­ce una sín­te­sis de la mujer en el con­jun­to de su obra. La trans­for­ma­ción de Martha de vehícu­lo a motor se ope­ra por medio de un acer­ca­mien­to a la locu­ra. Tal vez la locu­ra, como actual­men­te la vemos, o por lo menos algún tipo de locu­ra, es en reali­dad el camino hacia un nivel de enten­di­mien­to supe­rior; Les­sing se apo­ya en teo­rías sufis acer­ca de la tras­cen­den­cia del tiem­po y el espa­cio, de los pode­res tele­pá­ti­cos y pro­fé­ti­cos como sín­to­ma de una evo­lu­ción de la cual depen­de el futu­ro de la huma­ni­dad. Martha acce­de a esa media­luz de la per­cep­ción extra­sen­so­rial por medio del ayuno, la vigi­lia, el reti­ro al mun­do sub­cons­cien­te don­de algo oscu­ro y mis­te­rio­sos ace­cha. Pero sólo pue­de lograr­lo en una eta­pa de su vida cuan­do “las deu­das han sido pagadas;…empiezas a cre­cer por ti mis­mo cuan­do has reba­sa­do el baga­je con el que nacis­te. Has­ta enton­ces, sólo estás pagan­do deu­das.”

Tan­to el baga­je como las deu­das son terri­bles para las heroí­nas de Doris Les­sing; y no lo es menos el camino de intros­pec­ción que las lle­va por fin a apro­piar­se de su vida y su per­so­na. En medio de la serie de Los hijos de la vio­len­cia, Les­sing publi­ca tal vez la más famo­sa de sus obras, El cua­derno dora­do, en 1962. Es en esta nove­la don­de por pri­me­ra vez explo­ra el tema de la locu­ra, o el des­pren­di­mien­to de la reali­dad cono­ci­da, como medio para acce­der a una inte­gra­ción del yo. La com­ple­ji­dad estruc­tu­ral de El cua­derno dora­do ‑una espe­cie de mar­co, o rela­to bási­co, Muje­res libres, entre­mez­cla­do con cua­tro dia­rios o cua­der­nos de la pro­ta­go­nis­ta, Anna Wulf, cada uno con un asun­to o hilo con­duc­tor pro­pio- res­pon­de a lo com­ple­jo de la temá­ti­ca. “La mane­ra de solu­cio­nar el pro­ble­ma de la ‘sub­je­ti­vi­dad’, ese cho­can­te asun­to de preo­cu­par­se por el peque­ño individuo…es con­tem­plar­lo como un micro­cos­mos, y tras­cen­der así lo per­so­nal, lo sub­je­ti­vo, hacién­do­lo gene­ral como lo hace la vida…”, dice Les­sing. La obra inten­ta con éxi­to edi­fi­car un fres­co de una épo­ca y una gene­ra­ción, la suya, con su car­ga emo­cio­nal e ideo­ló­gi­ca, y las deu­das que men­cio­na.

El Cua­derno negro reto­ma el pasa­do en el Afri­ca colo­nial que ya había­mos encon­tra­do bajo la mira­da de Martha Quest; aquí hay una retros­pec­ti­va más madu­ra, obje­ti­va, como si un yo para­le­lo e inte­li­gen­te reex­pli­ca­ra con mayor intros­pec­ción lo que la joven Martha vela­ba de una inge­nui­dad sub­je­ti­va. Una fra­se cla­ve apa­re­ce en un momen­to, ate­rra­do­ra en sus impli­ca­cio­nes: “No dis­fru­to el pla­cer”. El pla­cer, no en el sen­ti­do sexual del tér­mino, sino ese Eros que Mar­cu­se defi­ne como una expe­rien­cia de la reali­dad total­men­te sen­sual, esté­ti­ca y agra­da­ble, sub­yu­ga­do por los sis­te­mas repre­si­vos de las socie­da­des indus­tria­li­za­das, en Les­sing se some­te a una con­flic­ti­va de rela­cio­nes inter­per­so­na­les sin solu­ción apa­ren­te. La rela­ción padres-hijos, ya esbo­za­da de mane­ra pesi­mis­ta en la de Martha y su madre, arro­ja seres atra­pa­dos en bue­nas inten­cio­nes y con­se­cuen­cias en gene­ral catas­tró­fi­cas; una tre­men­da leja­nía e inca­pa­ci­dad comu­ni­ca­ti­va con la gene­ra­ción ante­rior, un idio­ma caren­te de sím­bo­los comu­nes en la de Les­sing y sus con­tem­po­rá­neas. El úni­co camino via­ble de enten­di­mien­to se da en rela­cio­nes sin lazos bio­ló­gi­cos, es decir, en esas madres sus­ti­tu­tas a quie­nes la dis­tan­cia emo­cio­nal per­mi­te adqui­rir un len­gua­je igua­li­ta­rio sin tin­tes de auto­ri­ta­ris­mo. La rela­ción sexual y de pare­ja, que se da a lo lar­go de toda la obra de Les­sing, apa­re­ce en los Cua­der­nos bajo el esque­ma de des­en­cuen­tros de todo tipo; no hay for­ma, que­re­mos enten­der, de lograr un equi­li­brio de fuer­zas psi­co­ló­gi­cas y emo­cio­na­les, un tiem­po simul­tá­neo en el cual un hom­bre y una mujer se comu­ni­quen inte­lec­tual y sexual­men­te con éxi­to: “…el resen­ti­mien­to, la ira, son imper­so­na­les. Es la enfer­me­dad de las muje­res de nues­tro tiempo…resentimiento con­tra la injus­ti­cia, un veneno imper­so­nal. Las infor­tu­na­das que no están cons­cien­tes de que es imper­so­nal lo diri­gen con­tra sus hom­bres”. Pero el resen­ti­mien­to no es un impul­so sal­va­dor. Está la cul­pa. “… las mujeres…tienen que luchar con­tra toda cla­se de cul­pas que reco­no­cen como irra­cio­na­les, por­que tra­ba­jan o quie­ren tener tiem­po para sí mis­mas; y la cul­pa es una cos­tum­bre de los ner­vios que vie­ne del pasa­do”.

Estas muje­res tan vul­ne­ra­bles a la cul­pa lo son tam­bién al aban­dono o a la indi­fe­ren­cia de los hom­bres. Las pare­jas se unen y des­unen a tra­vés de la nece­si­dad de domi­nio o pro­tec­ción, pero rara vez en un equi­li­brio sano. Martha Quest sufre la dic­ta­du­ra con­ven­cio­nal de su pri­mer mari­do; la fría con­ve­nien­cia mutua de la unión con su com­pa­ñe­ro de acti­vi­da­des polí­ti­cas; pro­te­ge a su patrón en Ingla­te­rra de la sole­dad y la leja­nía de su mujer; un bre­ve epi­so­dio de ver­da­de­ro enten­di­mien­to sexual y afec­ti­vo care­ce de futu­ro. La siguien­te gene­ra­ción, los hijos y sobri­nos de la fami­lia ingle­sa con la que vive, pare­cen des­ti­na­dos a esté­ri­les y dolo­ro­sos inten­tos que ter­mi­nan en un ais­la­mien­to mayor. Anna Wulf y su ami­ga, esas inde­pen­dien­tes muje­res que afron­tan la res­pon­sa­bi­li­dad de sí mis­mas y de sus hijos, se derrum­ban en la lucha sexual: “…hemos ele­gi­do ser muje­res libres y éste es el pre­cio que paga­mos”. El pre­cio es la con­fron­ta­ción con hom­bres que no son libres, ellos, ni com­pren­den la liber­tad aje­na; los per­si­gue, como en el pasa­do, la dico­to­mía mora­lis­ta entre muje­res “bue­nas” y “malas”. En últi­ma ins­tan­cia sucum­ben en el ances­tral jue­go de aman­te-madre, aman­te-pros­ti­tu­ta con todas sus impli­ca­cio­nes des­fa­vo­ra­bles para la mujer. “Me sor­pren­de, dice Anna, en mí mis­ma y en otras muje­res, la fuer­za de nues­tra nece­si­dad por apo­yar la ima­gen de los hombres…supongo que es por­que los hom­bres de ver­dad son cada vez menos, y nos asus­ta, tra­ta­mos de crear hom­bres…” Estos hom­bres que poseen inte­li­gen­cia, cul­tu­ra, que son capa­ces de pro­fun­das intui­cio­nes his­tó­ri­cas o de un valor polí­ti­co nota­ble, se vuel­ven niños o tira­nos en su rela­ción con muje­res; en el mejor de los casos, sufren de cegue­ra con­gé­ni­ta para enfren­tar la sole­dad, las inquie­tu­des e inclu­so la locu­ra de sus pare­jas.

La cul­pa ante el pla­cer o la inde­pen­den­cia pro­du­ce insa­tis­fac­ción y frag­men­ta la iden­ti­dad; pero tam­bién lo hace el nue­vo rol de la mujer como ser polí­ti­co en un tiem­po de trai­cio­nes. “Siem­pre había dos per­so­na­li­da­des en mí, la ‘comu­nis­ta’ y Anna, y Anna juz­ga­ba a la comu­nis­ta todo el tiem­po. Y vice­ver­sa”. El Cua­derno rojo se ocu­pa sobre todo de la terri­ble con­fron­ta­ción de los comu­nis­tas con la muer­te de un sue­ño de igual­dad y pro­gre­so des­trui­do por las noti­cias cada vez más ate­rra­do­ras que se fil­tran de la Unión Sovié­ti­ca en épo­ca de Sta­lin; la dico­to­mía entre la leal­tad al anti­guo ideal, esti­mu­la­da por la repre­sión capi­ta­lis­ta de los cin­cuen­ta, y el des­en­can­to de un sec­tor polí­ti­co que se aho­ga en la rigi­dez y el fana­tis­mo. El socia­lis­ta que repar­te pan­fle­tos a favor de los Rosen­berg ten­dría que hacer­lo tam­bién a favor de los con­de­na­dos en Pra­ga; “me uní al par­ti­do en bús­que­da de una tota­li­dad, un fin a la mane­ra divi­di­da como vivi­mos; sin embar­go, el hacer­lo inten­si­fi­có la división…la razón por la que no aban­do­na­mos el par­ti­do es que no sopor­ta­mos decir­le adiós a nues­tros idea­les por un mun­do mejor”.

El cua­derno azul toma por momen­tos el esque­ma de flashes tele­grá­fi­cos, noti­cias de perió­di­co sin­to­má­ti­cas; Mark Col­drid­ge, el patrón, aman­te y ami­go de Martha Quest en La ciu­dad de las cua­tro puer­tas, uti­li­za­rá un sis­te­ma simi­lar para edi­fi­car una his­to­ria con­tem­po­rá­nea. Esa aris­to­crá­ti­ca y des­qui­cia­da fami­lia, con la que Martha con­vi­ve des­de su lle­ga­da a Ingla­te­rra, repre­sen­ta una cier­ta metá­fo­ra de nues­tro tiem­po: el ser humano que se rehu­sa a salir de su torre de mar­fil don­de exis­ten los abso­lu­tos y la vida se afe­rra a valo­res esté­ti­cos; los indi­vi­duos inte­li­gen­tes, ricos y edu­ca­dos pero cie­gos a los cam­bios que sobre­vie­nen a su alre­de­dor, que son des­trui­dos por un sis­te­ma de fana­tis­mo y odio pri­me­ro, y por la irra­cio­na­li­dad y la fal­ta de valo­res des­pués. Esa fami­lia eli­tis­ta alber­ga una men­te enfer­ma: una mujer loca, que es pre­sa de impul­sos auto­des­truc­ti­vos y vive per­pe­tua­men­te dro­ga­da. Sin embar­go, poco a poco, Martha Quest apren­de a inter­pre­tar­la, se intro­du­ce en su uni­ver­so dis­lo­ca­do, se une a ella en sus prác­ti­cas de apa­rien­cia sui­ci­da y en el fon­do con­du­cen­tes a otros esta­dos de per­cep­ción. Así como en polí­ti­ca las eti­que­tas divi­den y frag­men­tan, dere­cha, izquier­da, capi­ta­lis­ta, comu­nis­ta; como en las rela­cio­nes de pare­ja los roles sexua­les impli­can fron­te­ras rígi­das, los tér­mi­nos psi­co­ló­gi­cos cla­si­fi­can y dese­chan; loco, cuer­do, sen­sa­to, des­equi­li­bra­do. “Los meca­nis­mos siem­pre fue­ron los mis­mos, ya fue­ran polí­ti­cos, reli­gio­sos, psi­co­ló­gi­cos, filo­só­fi­cos. Los dra­go­nes cui­da­ban la entra­da y la sali­da de cada nivel en el espec­tro de la creen­cia y la opi­nión; y los dra­go­nes eran siem­pre el mis­mo dra­gón, no impor­ta el nom­bre que se les die­ra. El dra­gón era el mie­do; mie­do a lo que pen­sa­ran los demás; mie­do a ser dis­tin­to; mie­do a la sole­dad; mie­do al reba­ño al que per­te­ne­ce­mos…”

Martha Quest, Anna Wulf y su ami­ga son muje­res fuer­tes; se sobre­po­nen a matri­mo­nios des­trui­dos, amo­res infe­li­ces, edu­can solas a sus hijos o a los aje­nos. Se rehu­san a admi­tir el fra­ca­so, no impor­ta qué tan­tas espe­ran­zas aban­do­nen en el pro­ce­so de vivir. Por el con­tra­rio, las pro­ta­go­nis­tas de El verano de la Sra. Brown o La habi­ta­ción 19 son amas de casa en apa­rien­cia exi­to­sas y feli­ces. En todas hay una frag­men­ta­ción irre­ver­si­ble de la iden­ti­dad; los múl­ti­ples roles de mujer-espo­sa, mujer-aman­te, mujer-madre, mujer-ser polí­ti­co, mujer-crea­do­ra o artis­ta, inclu­so mujer-ami­ga, (y las amis­ta­des entre muje­res son en la obra de Les­sing una fuen­te de apo­yo y for­ta­le­za) pare­cen con­du­cir a la pér­di­da de con­tac­to con la reali­dad y el exte­rior, y con su pro­pia mane­ra de per­ci­bir el yo. Kate Brown1 expe­ri­men­ta con su atuen­do para obte­ner reac­cio­nes dis­tin­tas en la gen­te: pue­de atraer las mira­das o ser casi invi­si­ble. ¿Impli­ca esto que somos escla­vas de un dis­fraz, y bajo él nos des­co­no­ce­mos, y nos des­co­no­cen? Den­tro de esta difu­sa pre­sen­cia, se da la impo­ten­cia para defi­nir­se, una ate­rra­do­ra inca­pa­ci­dad para decir no. El espa­cio de las muje­res de Les­sing es agre­di­do con­ti­nua­men­te, inva­so­res de todo tipo lo ocu­pan sin su con­sen­ti­mien­to. Anna Wulf no pue­de arro­jar a sus inqui­li­nos; Jane Somers2 ve su mun­do alte­ra­do por dos muje­res de dis­tin­tas gene­ra­cio­nes y se deja invo­lu­crar has­ta caer en el aban­dono y la des­truc­ción de todos sus pará­me­tros. Cada una lle­ga­rá a una cri­sis total, casi siem­pre anun­cia­da por un esta­do de alte­ra­ción: “…el  piso entre la cama y yo se levan­ta­ba, se abul­ta­ba. Las pare­des pare­cían abul­tar­se hacia aden­tro, lue­go flo­ta­ban y des­apa­re­cían en el espa­cio”: así des­cri­be Anna Wulf su encuen­tro con el exte­rior defor­ma­do; las mis­mas sen­sa­cio­nes per­si­guen a Martha Quest, en su caso pro­du­ci­das por fal­ta de sue­ño y de ali­men­to. El recha­zo a la comi­da resul­ta una rup­tu­ra con el mun­do, un abis­mo deli­be­ra­da­men­te indu­ci­do para huir de lo coti­diano a un nivel supe­rior de sen­si­bi­li­dad. El esca­pe a un esta­do de alte­ra­ción de la con­cien­cia se da a tra­vés de méto­dos dis­tin­tos; en Anna un epi­so­dio de des­qui­cia­mien­to com­par­ti­do con un aman­te, en Martha la explo­ra­ción del uni­ver­so oscu­ro de la demen­cia y el incons­cien­te, en otras el recha­zo a los pará­me­tros cono­ci­dos. En cada una de ellas la frag­men­ta­ción total y los expe­ri­men­tos con algo con­ven­cio­nal­men­te lla­ma­do locu­ra con­du­ci­rán a inte­grar un yo nue­vo des­li­ga­do de las cir­cuns­tan­cias exter­nas; Anna pue­de reco­no­cer la pará­li­sis crea­ti­va y reba­sar­la, otras recu­pe­ran una per­so­na­li­dad exen­ta de repre­sen­ta­cio­nes fal­sas, Martha ‑en un esque­ma lite­ra­rio e ideo­ló­gi­co más ambi­cio­so — se pro­yec­ta a una nue­va era de la huma­ni­dad que Les­sing explo­ra­rá en su serie de nove­las futu­ris­tas.

La cri­sis de iden­ti­dad tan evi­den­te en los indi­vi­duos se mani­fies­ta tam­bién en la socie­dad. Si el ser humano es un ser polí­ti­co, Les­sing lo asu­me pro­fun­da­men­te en su obra. Nin­guno de sus per­so­na­jes se sus­trae al momen­to social e his­tó­ri­co ni logra des­car­tar­lo de su con­flic­ti­va como per­so­na. La mis­ma incohe­ren­cia que frag­men­ta a los indi­vi­duos apa­re­ce en las socie­da­des: los ingle­ses, heroi­cos com­ba­tien­tes en la cru­za­da con­tra el nazis­mo racis­ta, sub­yu­gan y explo­tan a sus colo­nias con la teo­ría de que unos seres huma­nos son supe­rio­res a otros por raza o color; el comu­nis­ta dis­pues­to a morir por la igual­dad se cie­ga a los crí­me­nes come­ti­dos en nom­bre de la dife­ren­cia de cre­do; los cien­tí­fi­cos empe­ña­dos en explo­rar el uni­ver­so en bene­fi­cio de la huma­ni­dad desem­bo­can en inven­tos mons­truo­sos des­ti­na­dos a des­truir­la.

El pro­ce­so del indi­vi­duo y la socie­dad se ase­me­jan, mar­chan para­le­los hacia un futu­ro que se intu­ye como una espe­ran­za y la posi­bi­li­dad de un mun­do mejor, esbo­za Les­sing en su obra. Su deta­lla­do aná­li­sis de este pro­ce­so y su explo­ra­ción del camino para reba­sar­lo uti­li­zan la voz de per­so­na­jes, sobre todo feme­ni­nos, que habi­tan un uni­ver­so de angus­tia y cues­tio­na­mien­to. “…Me empe­ño en tra­tar de escri­bir la ver­dad y lue­go me doy cuen­ta que no lo es”; esa inquie­tan­te ambi­va­len­cia entre ver­dad, fic­ción, indi­vi­duo y medio social es lo que inte­gra por últi­mo un refle­jo de la ver­dad y la fic­ción que exis­ten en todos noso­tros.

El final de La ciu­dad de las cua­tro puer­tas plan­tea una catás­tro­fe eco­ló­gi­ca y quí­mi­ca que ani­qui­la gran par­te del pla­ne­ta y obli­ga a un nue­vo orden; inclu­so insi­núa el naci­mien­to de una nue­va raza ‑de con­no­ta­cio­nes simi­la­res a las crea­das por Arthur C. Clark en El fin de la infan­cia- con carac­te­rís­ti­cas sobre­hu­ma­nas. Es en cier­ta for­ma el mis­mo pro­ce­so del indi­vi­duo lle­va­do al géne­ro humano; la tras­cen­den­cia a un nivel supe­rior de enten­di­mien­to a tra­vés de un perio­do de locu­ra apa­ren­te y apren­di­za­je de sis­te­mas alter­nos de per­cep­ción.

1. El verano antes de la oscu­ri­dad

2. Los dia­rios de Jane Somers