escritora, periodista y crítica literaria

Ensayos

Escritoras poscoloniales: literatura y política

Escritoras poscoloniales: literatura y política

Si retro­ce­de­mos en el tiem­po, el tér­mino colo­nia nace del con­cep­to romano de con­quis­tar, u ocu­par, terri­to­rios fue­ra de la ciu­­dad-esta­­do de Roma. Sin embar­go, los estu­dios actua­les se cen­tran en los pue­blos que los euro­peos, ingle­ses y fran­ce­ses prin­ci­pal­men­te, ocu­pa­ron a par­tir del Siglo XVIII y domi­na­ron total­men­te en el XIX, y que logra­ron su eman­ci­pa­ción teó­ri­ca en las déca­das de los años cin­cuen­ta y sesen­ta. Y digo teó­ri­ca por­que, a pesar de esa inde­pen­den­cia logra­da casi siem­pre a cos­ta de gue­rras crue­les y des­truc­ti­vas, muchos de ellos con­ti­núan bajo una for­ma de colo­nia­lis­mo eco­nó­mi­co y cul­tu­ral que los man­tie­ne suje­tos al poder de los ricos paí­ses indus­tria­li­za­dos.

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Alfredo Bryce Echenique

Alfredo Bryce Echenique

DE JULIUS A MANONGO: EL CICLO DEL DESENCANTO

Exis­te el amor, la amis­tad, el tra­ba­jo (la lite­ra­tu­ra, en mi caso) y des­pués no exis­te nada. La idea que me he hecho de ellos me ha per­mi­ti­do sopor­tar una reali­dad siem­pre dema­sia­do cha­ta. Y el absur­do de la vida, el ano­na­da­mien­to, y la nada”.1

La fra­se que abre este tex­to es del libro (Per­mi­so para vivir) que Alfre­do Bry­ce Eche­ni­que sub­ti­tu­la anti­me­mo­rias. Muy ade­cua­do el títu­lo; casi todos sus libros tie­nen que ver con algún anti. Como dice, la reali­dad es para él dema­sia­do cha­ta, y sue­le desem­bo­car en un abis­mal fra­ca­so. El amor se con­vier­te en anti-amor, casi siem­pre, la polí­ti­ca en anti-polí­­ti­­ca, y así se acu­mu­lan los anti-todos en la lar­ga tra­gi­co­me­dia que con­for­man sus nove­las. Una tra­gi­co­me­dia ‑se com­pren­de al leer sus anti­­me­­mo­­rias- basa­da en la vida del autor. Se lla­men Julius, Mar­tín, Manon­go o Pedro, las más­ca­ras se con­fun­den sobre el ros­tro de sus anti­hé­roes y el lec­tor tra­ta de encon­trar a Alfre­do Bry­ce Eche­ni­que detrás de cada una. La cha­ta reali­dad los reba­sa y el absur­do de la vida se hace pre­sen­te a cada momen­to, “…por­que lle­van incrus­ta­da la tre­me­bun­da espa­da de la timi­dez y ese asun­to de la fal­ta de agre­si­vi­dad…”2

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Maqroll el gaviero, soñador de espejismos

Maqroll el gaviero, soñador de espejismos

Los elementos románticos en la obra de Alvaro Mutis Maqroll el Gaviero, soñador de espejismos

Ana­li­zar la obra de un escri­tor de acuer­do a una corrien­te lite­ra­ria espe­cí­fi­ca es una pre­ten­sión ardua. Los tér­mi­nos román­ti­co, rea­lis­ta, natu­ra­lis­ta, ¿serán váli­dos aún en este tiem­po cuan­do, como dice Car­los Fuen­tes, no hay tex­tos huér­fa­nos? Sole­mos encon­trar ecos, un déjà lu que no inva­li­da el encan­to de lo nue­vo. Por­que el buen escri­tor escu­cha tam­bién esos ecos, con­fun­di­dos en el ir y venir de su recuer­do y su ima­gi­na­ción, los trans­mu­ta y los con­vier­te en algo pro­pio. Por otro lado, es cada vez más difí­cil adju­di­car eti­que­tas con­ven­cio­na­les a un esti­lo, incluir­lo en el archi­vo aca­dé­mi­co con un nom­bre dado. Los géne­ros ya no se ins­ta­lan en una u otra de las innu­me­ra­bles ori­llas que encau­zan los ríos lite­ra­rios; trans­gre­den los lími­tes defi­ni­to­rios, se mez­clan y se entre­cru­zan en una trans­tex­tua­li­za­ción cons­tan­te. Esas eti­que­tas, que tan pro­li­ja­men­te cata­lo­gan las obras a lo lar­go de la his­to­ria de la lite­ra­tu­ra, que de algu­na mane­ra per­mi­ten al estu­dio­so cor­tar el tiem­po en reba­na­das cro­no­ló­gi­cas y colo­car en ellas a los crea­do­res, por­que cap­tu­ra­ron las nue­vas ten­den­cias o las impul­sa­ron, ya no resul­tan tan níti­das. Román­ti­co impli­ca un movi­mien­to esté­ti­co, ideo­ló­gi­co e inclu­so social, con su lugar en el tiem­po y la his­to­ria, y tam­bién un esti­lo, una visión que ha per­du­ra­do.

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Doris Lessing: La crisis de la identidad

Doris Lessing: La crisis de la identidad

Doris Les­sing par­ti­ci­pa de un fenó­meno muy común en algu­nas gene­ra­cio­nes (que ya han engen­dra­do exce­len­tes escri­to­res) de ciu­da­da­nos ingle­ses: nació en 1919 en Per­sia, pero vivió 25 años en Rode­sia, enton­ces colo­nia de su majes­tad bri­tá­ni­ca en Afri­ca. El cre­cer en un sis­te­ma social de cla­ses divi­di­das, racis­ta y dis­cri­mi­na­to­rio, sue­le pro­du­cir dos cate­go­rías de indi­vi­duos; aquel a quien el medio mar­có inevi­ta­ble­men­te y par­ti­ci­pa de esa mane­ra de pen­sar, y el libe­ral inna­to que se rebe­la con­tra una estruc­tu­ra que le repug­na. Doris Les­sing per­te­ne­ce a este últi­mo gru­po. Pero ésta no es la úni­ca con­se­cuen­cia de sus cir­cuns­tan­cias. Les­sing emi­gra de Afri­ca a Ingla­te­rra des­pués de la Segun­da Gue­rra mun­dial y arri­ba “a casa”, home, como dicen los colo­nia­les, con un baga­je ideo­ló­gi­co arrai­ga­do y una mira­da de pri­vi­le­gio: tie­ne la dis­tan­cia para eva­luar el con­tex­to social y polí­ti­co. “Era un país absor­to en el mito, ador­mi­la­do y soña­dor; si había un fac­tor o hecho común que per­mea­ba todo lo demás, éste con­sis­tía en que nada era en reali­dad como se des­cri­bía — como si un espí­ri­tu de retó­ri­ca (¿debi­do a la gue­rra?) hubie­ra infec­ta­do todo y hecho impo­si­ble que cual­quier cosa se con­tem­pla­ra direc­ta­men­te.” La Ingla­te­rra de la pos­gue­rra: el ina­mo­vi­ble sis­te­ma de cla­ses y sus sím­bo­los, ves­ti­do, escue­la, acen­to, que nin­gun con­flic­to béli­co, ese nive­la­dor por exce­len­cia, ha logra­do des­man­te­lar com­ple­ta­men­te. Com­pren­si­ble para sus miem­bros, y que los extran­je­ros o recién lle­ga­dos inten­tan des­ci­frar en gene­ral sin éxi­to. La mira­da de Doris Les­sing tie­ne dis­tan­cia, diji­mos, pero no sólo para ese medio que la con­fun­de; tam­bién para el que dejó atrás, la colo­nia, que se pro­yec­ta en el tiem­po y el espa­cio con una nue­va pers­pec­ti­va. Esa sen­sa­ción de no per­te­ne­cer total­men­te a nin­gún mun­do se aña­de a otra coor­de­na­da cons­tan­te en la obra de Les­sing: la situa­ción de la mujer en apa­rien­cia libe­ra­da y en la reali­dad víc­ti­ma de un con­tex­to social des­fa­vo­ra­ble: “las muje­res son cobar­des por­que han sido semi-escla­­vas duran­te tan­to tiem­po”, dice Les­sing en el pre­fa­cio a EL cua­derno dora­do.

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Margaret Drabble: Del telefoto al gran angular

Margaret Drabble: Del telefoto al gran angular

“El hom­bre que escri­be acer­ca de sí mis­mo y su tiem­po es el úni­co que escri­be acer­ca de todos los hom­bres y todos los tiem­pos”. Geor­ge B. Shaw.

Todo escri­tor escri­be acer­ca de sí mis­mo; sus per­so­na­jes hablan con algu­na de sus voces, volun­ta­ria o des­co­no­ci­da. De algu­na for­ma, tam­bién, escri­be de su tiem­po, pues es el úni­co que posee, aun­que lo trans­fie­ra a épo­cas remo­tas. Sin embar­go, no todos arran­can al lec­tor de su tiem­po indi­vi­dual y lo inte­gran a un tiem­po lite­ra­rio que es a la vez social, his­tó­ri­co y uni­ver­sal. Retra­tar la pro­pia épo­ca es fácil en cier­to sen­ti­do, pues no impli­ca inves­ti­ga­cio­nes acer­ca de modos, cos­tum­bres, len­gua­jes, pero pue­de tro­pe­zar con una fal­ta de pers­pec­ti­va para el aná­li­sis más pro­fun­do de los estra­tos sub­ya­cen­tes. Los pano­ra­mas cir­cuns­tan­cia­les son peli­gro­sos; hay nove­las, exce­len­tes en su momen­to, que una mira­da pos­te­rior encuen­tra super­fi­cia­les, loca­lis­tas y a veces inclu­so incom­pren­si­bles. Ese apa­sio­na­do entu­sias­mo por un esti­lo de vida nue­vo, esa crí­ti­ca mor­daz ante cier­tos cáno­nes apa­re­cen pocos años des­pués como una absur­da diser­ta­ción momen­tá­nea, y la nove­la como la cró­ni­ca de la ocio­si­dad. Drab­ble es una escri­to­ra que, al uni­ver­sa­li­zar el tiem­po y el indi­vi­duo, se ins­cri­be en la cita de Shaw.

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Michel Tournier: El mito y la palabra

Michel Tournier: El mito y la palabra

Michel Tour­nier (París, 1924) ‑Pre­mio Gon­co­urt, Gran Pre­mio de la Aca­de­mia Fra­n­­ce­­sa- es autor de nove­las, rela­tos, ensa­yos y un buen núme­ro de libros para niños y jóve­nes. Es intere­san­te tomar en cuen­ta este últi­mo aspec­to de su obra en el total; su rela­ción estre­cha con la filo­so­fía y la meta­fí­si­ca, el uni­ver­so com­ple­jo y muchas veces cruel que recrea en sus libros no logran des­car­tar del todo la som­bra del mun­do fan­tás­ti­co y ator­men­ta­do de la infan­cia. En El vien­to pará­cli­to (1977), Tour­nier se des­nu­da en un via­je hones­to por los cami­nos de sus con­vic­cio­nes y sus fan­tas­mas, y ofre­ce cla­ves impor­tan­tes para des­en­tra­ñar su obra. Ade­más de ren­dir home­na­je a sus padres lite­ra­rios (Flau­bert, Valéry, Colet­te) y reco­no­cer las citas casi tex­tua­les que hace de ellos en sus libros, de inte­grar a su pan­teón aque­llos filó­so­fos que lo mar­ca­ron (Leib­nitz, Sar­tre y en gene­ral la escue­la ale­ma­na), men­cio­na a dos auto­res de gran influen­cia en su temá­ti­ca: Defoe y Julio Ver­ne.  El pri­me­ro es el crea­dor de un mito uni­ver­sal, Robin­son Cru­soe, que Tour­nier recons­tru­ye en Vier­nes o los lim­bos del Pací­fi­co (1972).

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J.D. Salinger: Mística de la nostalgia

J.D. Salinger: Mística de la nostalgia

Salin­ger es un escri­tor eva­nes­cen­te; des­pués de la apa­ri­ción, en junio de 1951, de su pri­me­ra nove­la, El caza­dor entre el cen­teno, la cual alcan­zó doce edi­cio­nes antes de ter­mi­nar ese mis­mo año, publi­có úni­ca­men­te tres obras más, la últi­ma en 1959. Due­ño de una gran popu­la­ri­dad en E.U. debi­da al éxi­to de su nove­la, que sigue ago­tán­do­se en las libre­rías al prin­ci­pio de cada ciclo esco­lar, y de sus cuen­tos en el New Yor­ker, (ese mece­nas de escri­to­res esta­du­ni­den­ses), reco­pi­la­dos en tres libros, enmu­de­ció mis­te­rio­sa­men­te y se reclu­yó en Con­nec­ti­cut.

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John Updike: La vida de conejo, o saga de la mayoría silenciosa

John Updike: La vida de conejo, o saga de la mayoría silenciosa

El cone­jo ha muer­to. Está­ba­mos acos­tum­bra­dos a ver­lo sal­tar de su madri­gue­ra  de déca­da en déca­da, y sen­tar­se fren­te a noso­tros movien­do sus ore­jas inte­rro­gan­tes.

Harry Cone­jo Angs­trom nació lite­ra­ria­men­te en l960, aun­que bio­ló­gi­ca­men­te per­te­ne­ce a la gene­ra­ción que sur­gió duran­te la Segun­da Gue­rra Mun­dial, y des­de el pun­to de vis­ta emo­ti­vo e ideo­ló­gi­co es hijo de la depre­sión eco­nó­mi­ca y la rigi­dez macar­tis­ta. Lle­gó tar­de a los sesen­ta: a la libe­ra­ción sexual, al femi­nis­mo, a los dere­chos huma­nos, a la aper­tu­ra polí­ti­ca, a la tole­ran­cia racial. Per­ma­ne­ce como una ore­ju­da y per­ple­ja metá­fo­ra de la mayo­ría silen­cio­sa, o de esa mid­d­­le-ame­­ri­­ca cuyos valo­res des­apa­re­cen para ser sus­ti­tui­dos con meros slo­gans.

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Nadine Gordimer: La oscuridad del futuro

Nadine Gordimer: La oscuridad del futuro

“El peli­gro está en que no vemos lo que hay des­pués de la lucha, no pen­sa­mos en lo que hay del otro lado. Hay que saber a dón­de va uno, hom­bre.“1

Pre­mio Nobel 1991, Gor­di­mer fue una infa­ti­ga­ble lucha­do­ra polí­ti­ca has­ta el fin del apartheid y el adve­ni­mien­to de Nel­son Man­de­la al poder como el pri­mer pre­si­den­te negro de un país con más de 2/3 par­tes de pobla­ción negra. Su arma de lucha es la escri­tu­ra : “Mis nove­las son anti-apartheid, no por mi odio per­so­nal al sis­te­ma, sino por­que la socie­dad ‑el tema de mi obra- se reve­la a sí mis­ma en ellas…si uno escri­be hones­ta­men­te acer­ca de la vida en Sudá­fri­ca, el apartheid se con­de­na a sí mis­mo” decla­ra en una entre­vis­ta. De raza blan­ca, su situa­ción en el país es de pri­vi­le­gio mien­tras no se opon­ga abier­ta­men­te a las prác­ti­cas racis­tas del gobierno. La ame­na­za de cár­cel o exi­lio nun­ca impi­dió a Gor­di­mer denun­ciar la injus­ti­cia: sus obras fue­ron pros­cri­tas, y sólo su fama en el extran­je­ro le ofre­ció una segu­ri­dad rela­ti­va.

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El riesgo de la libertad: censura pública y privada

El riesgo de la libertad: censura pública y privada

Las pala­bras, de tan dichas, sue­len ir dejan­do jiro­nes de su sig­ni­fi­ca­do por el camino. Liber­tad, demo­cra­cia, cen­su­ra: las envol­ve­mos, las colo­rea­mos, les adju­di­ca­mos com­pa­ñías ambi­guas, las con­fun­di­mos has­ta que las pobres no se reco­no­cen ya. De tan­to repe­tir­las se con­vier­ten en algo ono­ma­to­pé­yi­co, a la vez la imi­ta­ción del soni­do de una cosa, el soni­do y el voca­blo en sí. Enton­ces tene­mos que recu­rrir al dic­cio­na­rio para que nos devuel­va el sen­ti­do pri­mi­ge­nio de lo que bus­ca­mos. Este defi­ne cen­su­ra como “dic­ta­men o jui­cio acer­ca de una obra o escri­to. Correc­ción o repro­ba­ción. Mur­mu­ra­ción, detrac­ta­ción”. Los dic­cio­na­rios, y los vene­ra­bles lexi­có­lo­gos que los escri­ben, ofre­cen más datos de los que a sim­ple vis­ta se apre­cian. En este caso, me pare­ce sin­gu­lar que la fra­se se ini­cie con el tér­mino dic­ta­men y con­clu­ya con detrac­ta­ción,  que, más tar­de en el orden alfa­bé­ti­co, se expli­ca como calum­nia o infa­mia. ¿Será que, entre más ana­li­za­ban la pala­bra los eru­di­tos, peor les pare­cía? Otro deta­lle es el uso  que hacen de ella: dic­ta­men o jui­cio acer­ca de una obra o escri­to. Un psi­có­lo­go, apli­can­do prue­bas de Rochard, diría que lo que les vino a la men­te de inme­dia­to fue una pila de libros que­ma­dos en la pla­za públi­ca. No un bai­le, o una escul­tu­ra: un escri­to. Un hom­bre nota­ble por su amor a la vida ‑y por muchas otras cosas- William Sha­kes­pea­re, dice de la cen­su­ra que es “el arte enmu­de­ci­do por la auto­ri­dad”. Para ser impar­cial, cito a otro escri­tor, éste con impe­ca­ble pres­ti­gio moral: John Mil­ton. “Aquel que mata a un hom­bre mata a una cria­tu­ra racio­nal, hecho a ima­gen y seme­jan­za de Dios; pero el que des­tru­ye un buen libro mata a la razón mis­ma, mata a la ima­gen de Dios”.

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Tiempos y sintiempos de la literatura

Tiempos y sintiempos de la literatura

Nos encon­tra­mos en la fron­te­ra de un nue­vo mile­nio, y las reac­cio­nes a tal acon­te­ci­mien­to van del catas­tro­fis­mo a la espe­ran­za. Un tema actual es  cues­tio­nar si se tra­ta de una fron­te­ra o una meta. Se diría que resul­ta difí­cil hablar de meta, pues­to que el trans­cur­so del tiem­po es inevi­ta­ble, y fatal­men­te tene­mos que lle­gar al año 2000, sin que nues­tra volun­tad ten­ga mucho que ver en el asun­to. Aun con­si­de­ran­do la más negra de las pers­pec­ti­vas, que algún holo­caus­to cós­mi­co aca­ba­ra con el pla­ne­ta en un futu­ro inme­dia­to, el tiem­po, de todas for­mas, lle­ga­ría al año 2000. Pero enton­ces, ¿cuál tiem­po? ¿quién esta­ría ahí para deter­mi­nar si la fecha corres­pon­de, o más bien, si hay una fecha? ¿es el tiem­po algo ajeno a los seres que lo viven, lo pien­san y lo miden? Des­de lue­go, si habla­mos del movi­mien­to astral de las gala­xias, o del tiem­po cien­tí­fi­co de New­ton, ese “tiem­po abso­lu­to, ver­da­de­ro y mate­má­ti­co, con­si­de­ra­do en sí mis­mo y sin rela­ción a lo externo, que avan­za­ría aun­que no hubie­ra nin­gún movi­mien­to”. O del más moderno tiem­po rela­ti­vo, el espa­­cio-tie­m­­po cua­tri­di­men­sio­nal. Si nos limi­ta­mos al tiem­po medi­do, el que el hom­bre ha ence­rra­do en un reloj y un calen­da­rio para estruc­tu­rar su his­to­ria, encon­tra­mos ambi­va­len­cias. El fin de mile­nio, la mági­ca cifra 2000, corres­pon­de al calen­da­rio gre­go­riano ‑uti­li­za­do en el mun­do occi­­de­n­­tal- aun­que no nece­sa­ria­men­te al judío o islá­mi­co; y aún en aquel, sur­gen dis­cre­pan­cias de ori­gen: pode­mos hallar­nos en 1996 o en 2015. En el afán por con­ci­liar tiem­po e his­to­ria, un papa o un rey han borra­do días por decre­to. Tal vez la lite­ra­tu­ra podría ocu­par­se, sin saber­lo, en hacer el rela­to de los días per­di­dos; pre­gun­tar­se a dón­de se fue­ron, qué suce­dió en ellos, e inven­tar una his­to­ria para recu­pe­rar­los.

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La literatura como transgresora de las fronteras de identidad

La literatura como transgresora de las fronteras de identidad

Erich Fromm men­cio­na la nación, la reli­gión, la cla­se y la ocu­pa­ción como ele­men­tos para pro­por­cio­nar un sen­ti­mien­to de iden­ti­dad al hom­bre moderno; podría­mos cata­lo­gar­los tam­bién como eti­que­tas defi­ni­to­rias o gafe­tes sus­cep­ti­bles de incluir­nos en un gru­po deter­mi­na­do y excluir­nos de otros; el fac­tor exclu­yen­te pue­de ser en oca­sio­nes tan iden­ti­fi­ca­to­rio como el inclu­yen­te. Fromm  dice tam­bién que “el sen­ti­mien­to de iden­ti­dad des­can­sa en el sen­ti­mien­to de una vin­cu­la­ción indu­bi­ta­ble con la muche­dum­bre”. El hom­bre tien­de des­de lue­go a pro­te­ger­se agru­pán­do­se; la per­te­nen­cia obli­ga a aca­tar cier­tas nor­mas o cos­tum­bres, pero tam­bién favo­re­ce median­te el apo­yo del núme­ro con­tra aque­llo que ate­mo­ri­za por ajeno. El tér­mino con­tra­cul­tu­ra, popu­la­ri­za­do en los años sesen­ta como repre­sen­ta­ti­vo de movi­mien­tos deseo­sos de apar­tar­se de los esque­mas esta­ble­ci­dos más que de modi­fi­car­los, impli­ca un cam­bio en el con­cep­to de los valo­res del indi­vi­duo fren­te a la socie­dad. La mayo­ría de los teó­ri­cos de nues­tro tiem­po plan­tean una ima­gen de la vida dis­tin­ta a las cate­go­ri­za­cio­nes con­ven­cio­na­les y tra­tan de ale­jar al hom­bre de la masi­fi­ca­ción tec­no­ló­gi­ca y cul­tu­ral. Luis Racio­ne­ro, en su libro Filo­so­fías del Under­ground,  habla de la corrien­te de indi­vi­dua­lis­mo anti­au­to­ri­ta­rio sur­gi­da en los años sesen­ta como here­de­ra del cul­to a la ima­gi­na­ción per­so­ni­fi­ca­do en poe­tas como Bla­ke, de la revo­lu­ción per­so­nal por rebel­día con­tra los tabúes tra­di­cio­na­les de Byron, o la bús­que­da de una nue­va éti­ca per­so­nal de Dos­toievsky y Nietz­che, y pos­te­rior­men­te Hes­se.

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Los márgenes y el centro: visiones de la literatura poscolonial

Los márgenes y el centro: visiones de la literatura poscolonial

Si retro­ce­de­mos en el tiem­po, el tér­mino colo­nia nace del con­cep­to romano de con­quis­tar, u ocu­par, terri­to­rios fue­ra de la ciu­­dad-esta­­do de Roma. Sin embar­go, los estu­dios actua­les se cen­tran en los pue­blos que los euro­peos, ingle­ses y fran­ce­ses prin­ci­pal­men­te, ocu­pa­ron a par­tir del Siglo XVIII y domi­na­ron total­men­te en el XIX, y que logra­ron su eman­ci­pa­ción teó­ri­ca en las déca­das de los años cin­cuen­ta y sesen­ta. Y digo teó­ri­ca por­que, a pesar de esa inde­pen­den­cia logra­da casi siem­pre a cos­ta de gue­rras crue­les y des­truc­ti­vas, muchos de ellos con­ti­núan bajo una for­ma de colo­nia­lis­mo eco­nó­mi­co y cul­tu­ral que los man­tie­ne suje­tos al poder de los ricos paí­ses indus­tria­li­za­dos.

Por otro lado, colo­nia­lis­mo impli­ca mucho más que el hecho de con­quis­tar y ocu­par terri­to­rios; con­lle­va, según Partha Chat­ter­jee, “la regla gene­ra­li­za­da de dife­ren­cia colo­nial, es decir, la pre­ser­va­ción del con­tex­to extran­je­ro del gru­po domi­nan­te”, así como “la repre­sen­ta­ción del otro como infe­rior y radi­cal­men­te dife­ren­te, por lo tan­to inco­rre­gi­ble­men­te infe­rior”1 Esta for­ma de inter­re­la­ción entre dos enti­da­des, una con­quis­ta­do­ra y la otra sub­yu­ga­da, dio lugar a des­pla­za­mien­tos en los pobla­do­res nati­vos, a una ten­den­cia euro­pei­zan­te en la cul­tu­ra y a nive­les arbi­tra­rios de per­cep­ción entre el cen­tro y la peri­fe­ria. De hecho el con­cep­to de colo­nia­lis­mo no ter­mi­na con la sobe­ra­nía polí­ti­ca de los paí­ses invo­lu­cra­dos, dado que no es posi­ble una rever­sión a épo­cas pre-colo­­nia­­les; ese lap­so de depen­den­cia de otro poder deja una heren­cia de ideo­lo­gía, pers­pec­ti­va, acti­tud, que per­mea todos los estra­tos de la vida de dichos paí­ses. El cen­tro per­ma­ne­ce como una refe­ren­cia; los már­ge­nes se deba­ten entre la admi­ra­ción y el recha­zo. Pero esa ambi­va­len­cia entre admi­ra­ción y recha­zo, o ren­cor, es mutua; el cen­tro año­ra, por una par­te, el esplen­dor impe­rial per­di­do; por otra, la seduc­ción de lo exó­ti­co, lo dife­ren­te, de ese otro que ofre­ce la pers­pec­ti­va de hori­zon­tes insos­pe­cha­dos.

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La escritura sin género

La escritura sin género

Sociedad, política y guerra en la obra de Pat Barker

Una de las ten­den­cias de los estu­dios de géne­ro es cues­tio­nar­se acer­ca de si exis­te una escri­tu­ra feme­ni­na o no, es decir, si las muje­res, por el hecho de ser­lo, tie­nen una pers­pec­ti­va, un esti­lo, una for­ma de escri­bir dife­ren­te a los de los hom­bres. Curio­sa­men­te, nun­ca se plan­tea si exis­te una escri­tu­ra mas­cu­li­na; esto impli­ca que el para­dig­ma es uno, el de los escri­to­res, y lo que las muje­res hacen se juz­ga y se cata­lo­ga por com­pa­ra­ción. El juz­gar algo “en com­pa­ra­ción a” es nece­sa­ria­men­te reduc­cio­nis­ta pero, si no es des­de el pun­to de vis­ta com­pa­ra­ti­vo, ¿cómo pode­mos hablar de una escri­tu­ra feme­ni­na? Si esta cate­go­ri­za­ción no es apli­ca­ble en el caso de auto­res del géne­ro mas­cu­lino, esta­ría­mos cla­si­fi­can­do la escri­tu­ra feme­ni­na por lo que no es: apli­can­do un cali­fi­ca­ti­vo de dife­ren­cia­ción res­pec­to a su con­tra­par­te.

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La figura de Robinson en el mapa literario

La figura de Robinson en el mapa literario

El dic­cio­na­rio defi­ne el tér­mino mapa como “repre­sen­ta­ción geo­grá­fi­ca de la tie­rra, o par­te de ella”. Para todos los que fui­mos lec­to­res infan­ti­les, la pala­bra con­vo­ca imá­ge­nes román­ti­cas de guías para encon­trar teso­ros con coor­de­na­das secre­tas posi­bles de des­ci­frar sólo por los ini­cia­dos; o de explo­ra­do­res que arries­gan su vida para avan­zar en los mis­te­rios de los terri­to­rios igno­tos y dejar el recuer­do de su glo­ria en la fir­ma al pie de la repro­duc­ción en dos dimen­sio­nes de sus des­cu­bri­mien­tos. Ese car­tó­gra­fo heroi­co que tra­za­ba el per­fil de lito­ra­les y ribe­ras, de mon­ta­ñas y saba­nas, ha sido suplan­ta­do por un saté­li­te capaz de dibu­jar con­ti­nen­tes, de ense­ñar­nos la redon­dez del pla­ne­ta y la for­ma de las pla­ta­for­mas sub­ma­ri­nas. Tam­bién, cuan­do está al ser­vi­cio de un sis­te­ma tec­ni­fi­ca­do, irrum­pe, como poli­cía secre­ta de la peor dic­ta­du­ra, en la vida pri­va­da del indi­vi­duo, la des­nu­da y la exhi­be para repri­mir­la, algo que no pue­de dejar de alar­mar­nos: el expo­ner nues­tro tra­yec­to indi­vi­dual a la mira­da sinies­tra del poder.

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Las olas de Virginia Woolf

Las olas de Virginia Woolf

El mensaje de los sentidos

Los sis­te­mas de comu­ni­ca­ción que el hom­bre ha emplea­do a tra­vés del tiem­po han segui­do el camino de su his­to­ria y evo­lu­ción. Des­de la des­nu­dez del muro caver­na­rio has­ta el elec­tró­ni­co lla­ma­do inter­es­pa­cial, la voz huma­na se mul­ti­pli­ca en sím­bo­los con un fin común: hacer­se oír en el tiem­po y el espa­cio, tras­cen­der la inme­dia­tez del suce­so y per­pe­tuar la idea. La urgen­cia inven­ta medios, y éstos a su vez, inau­gu­ran intui­cio­nes de lo posi­ble.

“En, o alre­de­dor de diciem­bre de 1910, la natu­ra­le­za huma­na cam­bió.” Cuan­do Vir­gi­nia Woolf pro­nun­ció esta fra­se en Cam­brid­ge (1924) en una con­fe­ren­cia lite­ra­ria, no esta­ba eli­gien­do una fecha al azar. Diciem­bre de 1910 corres­pon­de a la pri­me­ra expo­si­ción de pin­tu­ra post­im­pre­sio­nis­ta en Lon­dres, orga­ni­za­da por sus ami­gos Roger Fry y Des­mond Mac­Carthy. Cézan­ne, Van Gogh, Matis­se y Picas­so pro­cla­ma­ban la muer­te del Impre­sio­nis­mo, y posi­ble­men­te la de su con­tra­par­ti­da lite­ra­ria, el Natu­ra­lis­mo. V. Woolf alu­día en su plá­ti­ca a una trans­for­ma­ción de orden pic­tó­ri­co, tal vez por­que el impac­to visual paten­ti­za los cam­bios de for­ma evi­den­te.

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