escritora, periodista y crítica literaria

La escritura sin género

Sociedad, política y guerra en la obra de Pat Barker

Una de las ten­den­cias de los estu­dios de géne­ro es cues­tio­nar­se acer­ca de si exis­te una escri­tu­ra feme­ni­na o no, es decir, si las muje­res, por el hecho de ser­lo, tie­nen una pers­pec­ti­va, un esti­lo, una for­ma de escri­bir dife­ren­te a los de los hom­bres. Curio­sa­men­te, nun­ca se plan­tea si exis­te una escri­tu­ra mas­cu­li­na; esto impli­ca que el para­dig­ma es uno, el de los escri­to­res, y lo que las muje­res hacen se juz­ga y se cata­lo­ga por com­pa­ra­ción. El juz­gar algo “en com­pa­ra­ción a” es nece­sa­ria­men­te reduc­cio­nis­ta pero, si no es des­de el pun­to de vis­ta com­pa­ra­ti­vo, ¿cómo pode­mos hablar de una escri­tu­ra feme­ni­na? Si esta cate­go­ri­za­ción no es apli­ca­ble en el caso de auto­res del géne­ro mas­cu­lino, esta­ría­mos cla­si­fi­can­do la escri­tu­ra feme­ni­na por lo que no es: apli­can­do un cali­fi­ca­ti­vo de dife­ren­cia­ción res­pec­to a su con­tra­par­te.

Para ana­li­zar de qué y cómo escri­ben las muje­res, hay que plan­tear la pre­gun­ta en gene­ral: ¿por qué escri­bi­mos? ¿Será úni­ca­men­te por amor a la pala­bra, a la posi­bi­li­dad de rein­ven­tar elmun­do, de ilu­mi­nar sus rin­co­nes más oscu­ros y seduc­to­res? O, si no rein­ven­tar­lo, hacer­lo vivir en las pági­nas de un libro: repro­du­cir hechos, emo­cio­nes, amo­res, tra­ge­dias. El crea­dor tie­ne ante sí varios de estos mun­dos posi­bles: el pro­pio, el que cono­ce o el que ima­gi­na. Si escri­bi­mos a par­tir de una expe­rien­cia pro­pia, habría que pen­sar cómo se vive esa expe­rien­cia; si como indi­vi­duo o como géne­ro. Al mirar atrás, pode­mos enten­der que antes del par­tea­guas social que fue­ron las déca­das de los sesen­ta y seten­ta, y más aún antes de las dos Gue­rras Mun­dia­les y la con­se­cuen­te trans­for­ma­ción de todos tipos que aca­rrea­ron, la expe­rien­cia acce­si­ble a las muje­res esta­ba cir­cuns­cri­ta a un rol de géne­ro. Al pen­sar en Jane Aus­ten, en el talen­to, la agu­de­za del poder de obser­va­ción, la crí­ti­ca social y sus diá­lo­gos, no deja de sor­pren­der la peque­ñez del alcan­ce: en su obra, las muje­res dedi­can su vida y sus esfuer­zos a la empre­sa de atra­par un mari­do. Esto en un momen­to de la his­to­ria en el que Napo­león juga­ba al aje­drez con la geo­po­lí­ti­ca euro­pea. Pero el tema no es tan super­fi­cial como pare­ce: Jane Aus­ten escri­bía en una épo­ca en la que la leyes de la heren­cia en Ingla­te­rra habían cam­bia­do al esque­ma de pri­mo­ge­ni­tu­ra mas­cu­li­na y por lo tan­to deja­ban a las hijas sin medios pro­pios y depen­dien­tes del mari­do o, en el caso de que­dar­se sol­te­ras, como es el de la mis­ma Aus­ten, de la bene­vo­len­cia del her­mano mayor o algún otro parien­te. Más de un siglo des­pués, Vir­gi­nia Woolf reto­ma el tema en Orlan­do: “el hom­bre tie­ne la mano libre para empu­ñar la espa­da; la mujer debe emplear la suya en evi­tar que el satín se des­li­ce de sus hom­bros”.i Al leer a estas auto­ras se con­clu­ye que las muje­res escri­bían como tales por­que vivían como seres ins­cri­tos en un apar­ta­do espe­cial deter­mi­na­do por la socie­dad. Aún así, en 1818 Mary She­lley publi­ca Fran­kens­tein, sepa­rán­do­se de los cáno­nes de la lite­ra­tu­ra feme­ni­na de su tiem­po.

El con­cep­to de una lite­ra­tu­ra defi­ni­ble como feme­ni­na sugie­re la pre­mi­sa de que el artis­ta crea a par­tir de coor­de­na­das de géne­ro y nega­ría la uni­ver­sa­li­dad de la lite­ra­tu­ra (o del arte en gene­ral) y su poten­cial como trans­gre­so­ra de las fron­te­ras de iden­ti­dad. La expe­rien­cia direc­ta de la reali­dad en tan­to que ser bio­ló­gi­co y/o social no es deter­mi­nan­te para el ámbi­to crea­ti­vo y abun­dan los ejem­plos en la his­to­ria de las letras: D.H. Law­ren­ce adop­ta una mira­da feme­ni­na para plas­mar las rela­cio­nes sexua­les; Flau­bert se pro­yec­ta (Emma Bovary soy yo) en su per­so­na­je como para­dig­ma del recha­zo a la opre­sión de ambien­tes rígi­dos… Hay auto­ras que eli­gen como su terri­to­rio uno fin­ca­do en las expe­rien­cias y la pro­ble­má­ti­ca de las muje­res (Doris Les­sing, Toni Morri­son) y otras que asu­men una mira­da glo­bal (Mar­gue­ri­te Your­ce­nar, Oria­na Falla­ci, Susan Son­tag), así como hay escri­to­res que cons­tru­yen su obra alre­de­dor de per­so­na­jes feme­ni­nos redon­dos y que uti­li­zan sus voces con gran vero­si­mi­li­tud (William Boyd, J.M. Coetzee).

Me pare­ce impor­tan­te con­si­de­rar esa déca­da cru­cial en la pers­pec­ti­va del mun­do, la de los años sesen­ta. Podría­mos hablar de revo­lu­ción sexual, de des­mi­ti­fi­ca­ción del con­cep­to de auto­ri­dad, del sur­gi­mien­to de los jóve­nes como una fuer­za con poder: “nun­ca con­fíes en nadie mayor de trein­ta años”. Pero tam­bién de una socie­dad influen­cia­da por Simo­ne de Beau­voir, Betty Frie­dany otras escri­to­ras cuyo impul­so des­ca­li­fi­có al uni­ver­so lla­ma­do feme­nino. A par­tir de enton­ces, las muje­res par­ti­ci­pan en pro­fe­sio­nes, polí­ti­ca, como sol­da­dos en las gue­rras; el mun­do ha lle­ga­do a ser el mis­mo para los géne­ros, y por lo tan­to la escri­tu­ra tam­bién. Si la fic­ción se ima­gi­na a par­tir de una reali­dad, y la reali­dad es simi­lar para ambos sexos, la fic­ción lo será por con­si­guien­te. Pero no sólo se tra­ta de la escri­tu­ra basa­da en una cier­ta expe­rien­cia; se da tam­bién la capa­ci­dad de pro­yec­tar­se al otro, de asu­mir su sen­tir y pen­sar, y sus cir­cuns­tan­cias.

Es difí­cil ele­gir entre tan­tas escri­to­ras cuya obra podría jus­ti­fi­car mi pos­tu­ra; me deci­dí por Pat Bar­ker por­que se ale­ja noto­ria­men­te de los temas con­si­de­ra­dos “feme­ni­nos”. Bar­ker per­te­ne­ce a esa gene­ra­ción bri­tá­ni­ca de la pos­gue­rra que ha dado algu­nos de los mejo­res escri­to­res actua­les: Julian Bar­nes, Ian McE­wan, William Boyd, Mar­tin Amis; nació en Tees­si­de, Ingla­te­rra, en 1943 y su padre murió en el fren­te duran­te la Segun­da Gue­rra Mun­dial. Sus pri­me­ras nove­las son retra­tos oscu­ros y vio­len­tos de la vida en los barrios bajos de una zona indus­trial pobre. Bar­ker reci­bió el pre­mio Boo­ker por el ter­cer volu­men de una tri­lo­gía acer­ca de la 1a. Gue­rra Mun­dial, Rege­ne­ra­ción, El ojo en la puer­ta y El camino de los fan­tas­mas.

Un ambi­cio­so pro­yec­to lite­ra­rio, las nove­las inclu­yen per­so­na­jes de la vida real y regis­tran el encuen­tro en 1917 entre los poe­tas Robert Gra­ves, Sieg­fried Sas­soony Wil­fred Owen y el psi­quia­tra-antro­pó­lo­go W.H. Rivers. De éstos, Robert Gra­ves, pro­lí­fi­co autor de nove­la his­tó­ri­ca (Yo, Clau­dio) ensa­yis­ta, poe­ta y bió­gra­fo, sub­sis­te como uno de los gran­des nom­bres de la lite­ra­tu­ra ingle­sa; la obra de Wil­fred Owen, muer­to en las trin­che­ras en 1918 y de Sie­gried Sas­soon, quien sobre­vi­vió a la gue­rra, ha caí­do en un semi-olvi­do, y W.H. Rivers, a pesar de su talen­to pro­fun­do y ver­sá­til, es muy poco cono­ci­do. Pero todos ellos fue­ron pro­ta­go­nis­tas de un noto­rio dra­ma trá­gi­co que escan­da­li­zó a la socie­dad de ese tiem­po y su rela­ción es el núcleo de las tres nove­las.

Sas­soon era miem­bro de una pres­ti­gio­sa y rica fami­lia; atrac­ti­vo, buen poe­ta, su valor casi irra­cio­nal le valió el afec­to de sus sol­da­dos y la Cruz Mili­tar. En 1917 demos­tró otro tipo de valor: influen­cia­do por Ber­trand Rus­sell (pre­mio Nobel de lite­ra­tu­ra 1950 y encar­ce­la­do por sus acti­vi­da­des paci­fis­tas en 1918) y con­ven­ci­do de la futi­li­dad de la gue­rra y la nece­si­dad de una paz nego­cia­da, publi­có una decla­ra­ción en la que con­de­na­ba “la bru­tal indi­fe­ren­cia con la cual la mayo­ría de los que se que­da­ron en casa con­tem­plan las con­ti­nuas ago­nías que no com­par­ten y que no tie­nen capa­ci­dad de ima­gi­nar”ii. Robert Gra­ves, su ami­go y her­mano de armas, evi­tó que fue­ra a con­se­jo de gue­rra por deser­ción median­te un cer­ti­fi­ca­do médi­co que lo decla­ra­ba víc­ti­ma de un colap­so men­tal y lo envia­ba al Hos­pi­tal Crai­glockhart en Esco­cia.

Es ahí don­de Bar­ker sitúa Rege­ne­ra­ción. El médi­co en jefe del hos­pi­tal, W.H. Rivers, era una figu­ra impor­tan­te en las inves­ti­ga­cio­nes sobre la inter­pre­ta­ción de los sue­ños como tera­pia y un antro­pó­lo­go apa­sio­na­do que había rea­li­za­do exten­sos estu­dios en Mela­ne­sia. El esque­ma nove­lís­ti­co sur­ge del encuen­tro entre estas dos figu­ras, el poe­ta-héroe y el médi­co, y uti­li­za el recur­so de sus diá­lo­gos para crear ten­sión y expo­ner un dile­ma trá­gi­co: Sas­soon está con­ven­ci­do de su pos­tu­ra paci­fis­ta, y sin embar­go lo tor­tu­ra el sen­ti­do del deber hacia sus hom­bres: “El fren­te de bata­lla es el úni­co lugar decen­te don­de se pue­de estar”,iii decla­ra. Rivers sabe que su obli­ga­ción es curar a sus pacien­tes, pero sabe tam­bién que la salud momen­tá­nea impli­ca el regre­so a la trin­che­ra y a una muer­te casi segu­ra.

A su lado apa­re­ce otro per­so­na­je, éste fic­ti­cio, Billy Prior, pro­ta­go­nis­ta de la con­ti­nua­ción de la tri­lo­gía sin des­car­tar a los otros. Prior es el para­dig­ma del esque­ma cla­sis­ta bri­tá­ni­co: “caba­lle­ro cir­cuns­tan­cial” por su ori­gen humil­de y su posi­ción de ofi­cial en el ejér­ci­to, bise­xual, tor­tu­ra­do por leal­ta­des en pug­na, es el vehícu­lo para el aná­li­sis social que Bar­ker empren­de, una crí­ti­ca a la que nin­gún aspec­to de la vida bri­tá­ni­ca esca­pa.

El tema de esta pri­me­ra par­te gira alre­de­dor de varias dis­yun­ti­vas dra­má­ti­cas: patrio­tis­mo y res­pon­sa­bi­li­dad moral, leal­tad al ser humano y leal­tad alcon­cep­to de nación, curar para la muer­te o para la vida. Las pri­me­ras impli­can actuar en con­tra de una gue­rra que se con­si­de­ra absur­da a cos­ta de aban­do­nar “al úni­co gru­po már­tir que está en lo correc­to”, los sol­da­dos; la ter­ce­ra cues­tio­na el papel del médi­co en tan­to que hom­bre de cien­cia y ser humano.

“No hay nin­gu­na jus­ti­fi­ca­ción racional…para la gue­rra. Se ha con­ver­ti­do en un sis­te­ma que se per­pe­túa a sí mis­mo. Nadie se bene­fi­cia. Nadie tie­ne el con­trol. Nadie sabe como dete­ner­la.“iv, dice Prior en una fra­se que pare­ce resu­mir la visión de Bar­ker res­pec­to a ese momen­to his­tó­ri­co. ¿Dón­de que­dó el mito de la gue­rra jus­ta, la gue­rra patrió­ti­ca des­ti­na­daa pre­ser­var el mun­do civi­li­za­do? Se con­vir­tió en eso: un mito. “Una socie­dad que devo­ra a sus hijos no mere­ce leal­tad auto­má­ti­ca e incues­tio­na­ble”. Es, ade­más, una socie­dad que cla­si­fi­ca a esos hijos que devo­ra median­te un códi­go estric­to e ina­mo­vi­ble. El sis­te­ma ata­ca a todos aque­llos “que no se some­ten”. Con sus pro­fun­das dife­ren­cias cul­tu­ra­les y de cla­se, Sas­soon y Prior per­te­ne­cen a esa cate­go­ría. Bar­ker hace un recuen­to de los jui­cios lega­les en con­tra de los homo­se­xua­les; la sos­pe­cha y la calum­nia con­ta­mi­nan a una socie­dad cuya juven­tud es exhor­ta­da al amor fra­terno entre com­ba­tien­tes. ¿Dón­de está la fron­te­ra que divi­de el amor viril de las incli­na­cio­nes homo­se­xua­les en un con­glo­me­ra­do total­men­te mas­cu­lino suje­to a gra­dos extre­mos de ten­sión emo­cio­nal? La socie­dad no quie­re ver man­cha­do el honor de sus sol­da­dos con la som­bra de una duda, y para borrar­la empren­de una per­se­cu­ción con­ti­nua y cruel, eco de la que sufrió Oscar Wil­de. “La homo­se­xua­li­dad, por ejem­plo. En tiem­pos de gue­rra se glo­ri­fi­ca el amor entre los hom­bres y al mis­mo tiem­po se acu­sa una cier­ta ansie­dad. ¿Es el tipo correc­to de amor? Una mane­ra de ase­gu­rar­se de que lo sea es hacer ine­quí­vo­ca la con­de­na públi­ca al otro tipo. Y lue­go, está el pla­cer de matar…” v

Hay otro gru­po igual­men­te peli­gro­so, per­se­gui­do de simi­lar for­ma: los paci­fis­tas, acu­sa­dos de comu­nis­tas y trai­do­res. Sus filas se nutren de pocas figu­ras nota­bles ‑como Sas­soon o Rus­sell- y de muchas pro­ve­nien­tes de la cla­se obre­ra, de los mili­tan­tes socia­lis­tas. Para ellos no hay la indul­gen­cia que se otor­ga a un aris­tó­cra­ta héroe de gue­rra, sólo El ojo en la puer­ta de la cár­cel, el sobor­noal trai­dor poten­cial, la repre­sión secre­ta.

El camino de los fan­tas­mas es el mis­mo que pin­ta Sas­soon en sus poe­mas; lo reco­rren “bata­llo­nes y bata­llo­nes con las cica­tri­ces del infierno; el ejér­ci­to sin retorno que fue joven; las legio­nes que sufrie­ron y son aho­ra pol­vo”. La tri­lo­gía es un alar­de de recons­truc­ción his­tó­ri­ca, de fic­ción y de crí­ti­ca socio-polí­ti­ca: cre­ce en una estruc­tu­ra com­ple­ja des­de la cri­sis inte­lec­tual y moral del pri­mer volu­men al estu­dio de cla­ses en el segun­do, y ter­mi­na con un cues­tio­na­mien­to al núcleo mis­mo de la cul­tu­ra y la socie­dad. Con­tem­pla con una mira­da lúci­da y des­en­can­ta­da un perio­do de la épi­ca del mun­do occi­den­tal, des­tru­ye los mitos y deve­la las infa­mias.

Pat Bar­ker no es la úni­ca escri­to­ra bri­tá­ni­ca con­tem­po­rá­nea en empren­der la reva­lo­ra­ción de las polí­ti­cas ofi­cia­les en la pri­me­ra Gue­rra Mun­dial; otros, como McE­wan o Boyd, han publi­ca­do crí­ti­cas amar­gas a unos gobier­nos irres­pon­sa­bles, pero es qui­zá la de Bar­ker la voz más defi­ni­da. Uno se pre­gun­ta cómo una mujer que, supo­ne­mos, nun­ca ha teni­do un fusil en las manos, ni ha esta­do en situa­ción de matar o morir, ni ha pasa­do meses entre lodo, frío y cadá­ve­res en el fon­do de una trin­che­ra, pue­de trans­mi­tir con tan­ta fide­li­dad las sen­sa­cio­nes que estas cir­cuns­tan­cias pro­vo­can: “Míre­nos. No recor­da­mos, no sen­ti­mos, no pensamos…de acuer­do a cual­quier pará­me­tro civi­li­za­do (pero que sig­ni­fi­ca­do tie­ne eso aho­ra) somos obje­tos de horror”. vi

Igual­men­te pode­mos pre­gun­tar­nos cómo un escri­tor, Flau­bert, pue­de pene­trar en la men­te de una mujer cuya fan­ta­sía ha sido exa­cer­ba­da por las nove­las román­ti­cas y hacer­la hablar con­vin­cen­te­men­te: “Se miró en el espe­jo y se que­dó sor­pren­di­da al ver su ros­tro. Nun­ca había teni­do los ojos tan gran­des, tan negros, tan pro­fun­dos. La trans­fi­gu­ra­ban como un sutil halo que se exten­día por toda su per­so­na. ¡Ten­go un aman­te! ¡Ten­go un aman­te!, se repe­tía.”vii

La lite­ra­tu­ra ofre­ce innu­me­ra­bles ejem­plos de este tipo: la voz de per­so­na­jes, cuan­do el rela­to está dra­ma­ti­za­do, e inclu­so el dis­cur­so auto­ral que, si no debie­ran atri­buir­se a un nom­bre en la por­ta­da del libro, serían iniden­ti­fi­ca­bles por géne­ro. Por­que la iden­ti­dad cul­tu­ral va más allá de las coor­de­na­das de sexo, etnia, nación o reli­gión ori­gi­na­les; bus­ca afi­ni­da­des en el amplio uni­ver­so de las ideas. Si las pio­ne­ras del femi­nis­mo per­se­guían la adhe­sión al gru­po, la indis­pen­sa­ble soli­da­ri­dad de géne­ro como un dique con­tra la fal­ta de liber­tad y reco­no­ci­mien­to, esa eta­pa ha sido reba­sa­da (sal­vo en socie­da­des exclu­yen­tes) por un con­cep­to de diver­si­dad. La mira­da no se vuel­ve hacia aden­tro, se per­mi­te hollar todos los terri­to­rios. En su ensa­yo Geo­gra­fía de la nove­la, Car­los Fuen­tes ana­li­za el poli­cen­tris­mo “ como con­di­ción común de una huma­ni­dad sólo cen­tral por­que es excén­tri­ca, o sólo excén­tri­ca por­que tal es la situa­ción real de lo uni­ver­sal con­cre­to, sobre todo si sema­ni­fies­ta median­te la apor­ta­ción de lo diver­so que es la ima­gi­na­ción lite­ra­ria”.viii En ese tex­to, Fuen­tes con­tra­po­ne poli­cen­tris­mo a euro­cen­tris­mo, pero igual­men­te pode­mos uti­li­zar su dis­cur­so para refe­rir­nos a la excen­tri­ci­dad del pen­sa­mien­to feme­nino fren­te al cen­tro mas­cu­lino que pre­do­mi­nó en la civi­li­za­ción occi­den­tal duran­te siglos. Igual que en la geo­gra­fía físi­ca, en la inte­lec­tual ya no hay cen­tros, sólo regio­nes, y éstas se sobre­po­nen y se con­fun­den, se com­ple­men­tan y se enri­que­cen. La apor­ta­ción de lo diver­so que es la ima­gi­na­ción lite­ra­ria: he ahí el núcleo del argu­men­to. Los nove­lis­tas no hacen cró­ni­ca ni repor­ta­je, hacen fic­ción. Fic­ción, fic­ti­cio: del dic­cio­na­rio, fin­gi­do o fabu­lo­so, ima­gi­na­rio, supues­to. Y la capa­ci­dad y el anhe­lo de fabu­lar no están cir­cuns­cri­tos a cate­go­ría algu­na. Nada hay de fabu­lo­so en narrar las pro­pias cir­cuns­tan­cias, aun­que el hacer­lo haya dado gran­des obras a las letras. Pero el deseo de rein­ven­tar el mun­do tie­ne un alcan­ce mucho mayor que la reali­dad vivi­da, se nutre de fabri­car, inven­tar: la esen­cia del arte, sus­ten­ta­da sobre la expe­rien­cia, el talen­to y sobre todo la ima­gi­na­ción.

Si la ima­gi­na­ción es capaz de tomar la expe­rien­cia y trans­for­mar­la o mag­ni­fi­car­la, ¿pode­mos pen­sar que lo mis­mo suce­de al revés? ¿Que la ima­gi­na­ción inven­ta la expe­rien­cia y le otor­ga carac­te­rís­ti­cas tan vívi­das que la hace irre­co­no­ci­ble en tan­to que fan­ta­sía, la ins­tau­ra como una reali­dad alter­na? La pre­mi­sa de la nove­la, de la bue­na nove­la, es que el autor crea un mun­do y, median­te una con­ven­ción asu­mi­da, le ofre­ce al lec­tor un pasa­por­te para habi­tar­lo. El lec­tor acep­ta el desa­fío de inter­nar­se en un terri­to­rio que, por obra de cier­tos arti­fi­cios, le resul­ta autén­ti­co, pobla­do por seme­jan­tes a los que pue­de amar u odiar, con los que se iden­ti­fi­ca o a los que recha­za y cuyo des­tino tie­ne que cono­cer. “No exis­ten lími­tes pre­ci­sos entre expe­rien­cia e ima­gi­na­ción”, dice Nor­man Mai­ler. Y esa caren­cia de lími­tes impli­ca otra, la de las fron­te­ras entre seg­men­tos de la huma­ni­dad que la His­to­ria se ha empe­ña­do en defi­nir y eti­que­tar de acuer­do a pará­me­tros arti­fi­cia­les. Hay escritores/hombres y escritoras/mujeres: algu­nos enfren­tan el mun­do, y la ver­sión de él que eli­gen para plas­mar­la en su obra, con una acti­tud que se asu­me como gené­ri­ca antes que indi­vi­dual. Pero hay otros cuya mira­da se extien­de más allá de cual­quier fron­te­ra, dis­pues­tos a empren­der la aven­tu­ra de iden­ti­fi­car­se con el otro y de adop­tar su voz. En su obra se des­va­ne­cen esos lími­tes que Mai­ler men­cio­na; inte­gran la legión de seres que valo­ran lo uni­ver­sal por enci­ma de lo par­ti­cu­lar y no con­tem­plan el cir­cuns­cri­bir­sea las coor­de­na­das que su con­di­ción bio­ló­gi­ca, geo­grá­fi­ca o cul­tu­ral impo­nen.

Ceci­lia Urbi­na
Publi­ca­do en Casa del Tiem­po,
revis­ta de la UAM No 19, mayo 2009.

i Wolf, Vir­gi­nia, Orlan­do, Gra­na­da, Lon­dres, 1980.p.117

ii Sas­soon, Sieg­fried, A Sodier´s Decla­ra­tion, cita­da por Bar­ker, P. Rege­ne­ra­tion, Plu­me, Lon­dres, 1993, p. 3.

iii Ibid, p. 119.

iv Bar­ker, Pat, The Ghost Road, Dut­ton, Lon­dres, 1995, p. 144

v Bar­ker, Pat, Rege­ne­ra­tion, Plu­me, Lon­dres, 1993, p. 204

vi Bar­ker, Pat, The Ghost Road, Dut­ton, Lon­dres, 1995, p.199

vii Flau­bert, Gus­ta­ve, Mada­me Bovary, Bru­gue­ra, Méxi­co, 1975. p.174

viii Fuen­tes, Car­los, Geo­gra­fía de la nove­la, Fon­do de Cul­tu­ra Eco­nó­mi­ca, Méxi­co 1993, p.167.