escritora, periodista y crítica literaria

La literatura como transgresora de las fronteras de identidad

Erich Fromm men­cio­na la nación, la reli­gión, la cla­se y la ocu­pa­ción como ele­men­tos para pro­por­cio­nar un sen­ti­mien­to de iden­ti­dad al hom­bre moderno; podría­mos cata­lo­gar­los tam­bién como eti­que­tas defi­ni­to­rias o gafe­tes sus­cep­ti­bles de incluir­nos en un gru­po deter­mi­na­do y excluir­nos de otros; el fac­tor exclu­yen­te pue­de ser en oca­sio­nes tan iden­ti­fi­ca­to­rio como el inclu­yen­te. Fromm  dice tam­bién que “el sen­ti­mien­to de iden­ti­dad des­can­sa en el sen­ti­mien­to de una vin­cu­la­ción indu­bi­ta­ble con la muche­dum­bre”. El hom­bre tien­de des­de lue­go a pro­te­ger­se agru­pán­do­se; la per­te­nen­cia obli­ga a aca­tar cier­tas nor­mas o cos­tum­bres, pero tam­bién favo­re­ce median­te el apo­yo del núme­ro con­tra aque­llo que ate­mo­ri­za por ajeno. El tér­mino con­tra­cul­tu­ra, popu­la­ri­za­do en los años sesen­ta como repre­sen­ta­ti­vo de movi­mien­tos deseo­sos de apar­tar­se de los esque­mas esta­ble­ci­dos más que de modi­fi­car­los, impli­ca un cam­bio en el con­cep­to de los valo­res del indi­vi­duo fren­te a la socie­dad. La mayo­ría de los teó­ri­cos de nues­tro tiem­po plan­tean una ima­gen de la vida dis­tin­ta a las cate­go­ri­za­cio­nes con­ven­cio­na­les y tra­tan de ale­jar al hom­bre de la masi­fi­ca­ción tec­no­ló­gi­ca y cul­tu­ral. Luis Racio­ne­ro, en su libro Filo­so­fías del Under­ground,  habla de la corrien­te de indi­vi­dua­lis­mo anti­au­to­ri­ta­rio sur­gi­da en los años sesen­ta como here­de­ra del cul­to a la ima­gi­na­ción per­so­ni­fi­ca­do en poe­tas como Bla­ke, de la revo­lu­ción per­so­nal por rebel­día con­tra los tabúes tra­di­cio­na­les de Byron, o la bús­que­da de una nue­va éti­ca per­so­nal de Dos­toievsky y Nietz­che, y pos­te­rior­men­te Hes­se.

Hay una insis­ten­cia en bus­car una sali­da a la estan­da­ri­za­ción y comer­cia­li­za­ción del pen­sa­mien­to que Mar­cu­se plan­tea como posi­ble úni­ca­men­te en el joven mar­gi­nal y el artis­ta rebel­de, y que Theo­do­re Ros­zak  expre­sa al decir “lo cier­to es que la crea­ti­vi­dad cul­tu­ral es siem­pre el domi­nio de las mino­rías.” Pode­mos inter­pre­tar este con­cep­to de mino­rías como un encla­ve de per­te­nen­cia tan váli­do como lo que Fromm lla­ma “muche­dum­bre”; las eti­que­tas dejan de ser glo­ba­li­za­do­ras en el sen­ti­do con­ven­cio­nal para sig­ni­fi­car adhe­ren­cia a gru­pos de intere­ses frag­men­ta­rios, diso­cia­dos del obje­ti­vo común. Los medios de comu­ni­ca­ción como ele­men­tos masi­fi­ca­do­res de la cul­tu­ra en las socie­da­des indus­tria­li­za­das cier­ta­men­te favo­re­cen la ten­den­cia de cier­tos indi­vi­duos a sepa­rar­se más que a inte­grar­se; es la con­tra­cul­tu­ra del hom­bre solo que des­con­fía de la infor­ma­ción a todos nive­les, se apar­ta para obser­var, ana­li­zar y juz­gar a tra­vés de su pro­pio racio­ci­nio y se rehu­sa a some­ter sus plan­tea­mien­tos a la mani­pu­la­ción del sis­te­ma. Pero el hom­bre no está, o no quie­re estar, solo; nece­si­ta retro­ali­men­tar­se de sus igua­les para com­pa­rar, y alte­rar o con­fir­mar, sus con­clu­sio­nes. No quie­ro refe­rir­me con esto a lo que Lipo­vetsky lla­ma “nar­ci­sis­mo colec­ti­vo”,  es decir, la soli­da­ri­dad del micro­gru­po: más bien a un terri­to­rio de inte­rés que inte­gra a indi­vi­duos aje­nos entre sí  por cual­quier otro con­cep­to, y  que crea estra­tos cul­tu­ra­les com­par­ti­dos a tra­vés de las fron­te­ras y los idio­mas. Es en ese con­tex­to que inter­pre­to a la lite­ra­tu­ra como uno de esos terri­to­rios uni­ver­sa­les.

Los via­jes más impor­tan­tes de la infan­cia son los de la fan­ta­sía, ese ámbi­to pri­va­do que trans­for­ma la reali­dad a la medi­da de nues­tros deseos; la ima­gen, la de la tele­vi­sión o el cine, ofre­ce una fan­ta­sía alter­na­ti­va, tan com­ple­ta que es difí­cil para el espec­ta­dor el cons­truir uni­ver­sos inte­rio­res para­le­los. Posi­ble­men­te la ima­gi­na­ción infan­til carez­ca de los recur­sos para inte­grar por sí mis­ma el sofis­ti­ca­do cos­mos tec­no­ló­gi­co de Star Wars, pero segu­ra­men­te se enri­que­ce  con ese con­glo­me­ra­do de ima­gi­ne­ría medie­val tra­du­ci­do a cien­cia-fic­ción. Es, sin embar­go, un esce­na­rio hecho, fabri­ca­do, con­te­ni­do en sí mis­mo y difí­cil de ampliar. La fan­ta­sía suge­ri­da  por la pala­bra escri­ta esti­mu­la la crea­ción de entor­nos con­gruen­tes con las expec­ta­ti­vas pro­pias, y creo que esto no es pri­va­ti­vo de la eta­pa infan­til. Los adul­tos sole­mos des­en­can­tar­nos con la ver­sión fíl­mi­ca de un libro favo­ri­to; nin­gún esce­na­rio, por crea­ti­vo que sea, pue­de igua­lar al que noso­tros nos había­mos for­ja­do, nin­gu­na pro­ta­go­nis­ta va a igua­lar las carac­te­rís­ti­cas de la nues­tra, dibu­ja­da poco a poco a lo lar­go de las pági­nas e incor­po­ra­da inde­le­ble­men­te a su ori­gi­nal. La fan­ta­sía ali­men­ta­da por la lite­ra­tu­ra edi­fi­ca sus pro­pios mun­dos, que por últi­mo se ins­ti­tu­yen en uno más, ajeno a la reali­dad coti­dia­na pero no menos impor­tan­te. El niño ali­men­ta­do con los mitos uni­ver­sa­les ya adqui­rió una visión y una expec­ta­ti­va, y difí­cil­men­te admi­ti­rá ence­rrar­se den­tro de cár­ce­les men­ta­les. Pue­de vivir en el Ecua­dor y habi­tar las tie­rras de hie­lo de las leyen­das escan­di­na­vas; o per­te­ne­cer cro­no­ló­gi­ca­men­te al fin del mile­nio y ocu­par su lugar dia­rio a la Mesa Redon­da del rey Artu­ro o tran­si­tar los desier­tos como sol­da­do de la Legión Extran­je­ra. Si se ini­ció por la ruta de la fan­ta­sía, nada ni nadie podrá atra­par­lo; está con­de­na­do a vagar por cami­nos aje­nos a los que su reali­dad le dic­ta.

El mun­do alter­na­ti­vo de la lite­ra­tu­ra mar­ca derro­te­ros deter­mi­nan­tes en la evo­lu­ción del indi­vi­duo; no impor­ta lo que el gru­po social pien­se o dic­ta­mi­ne, siem­pre hay otras posi­bi­li­da­des, acce­si­bles en los libros, a tra­vés de for­mas dife­ren­tes de obser­var los hechos, de con­tem­plar la polí­ti­ca, de defi­nir la con­duc­ta. El des­cu­bri­mien­to pro­pio se vuel­ve más sig­ni­fi­ca­ti­vo que el códi­go comu­ni­ta­rio, adquie­re más fuer­za para mol­dear los valo­res y el pen­sa­mien­to y sobre todo per­mi­te la liber­tad de una bús­que­da de índo­le indi­vi­dual. El pres­ti­gio de lo con­cep­tua­li­za­do por medio de la pala­bra escri­ta reba­sa las posi­bi­li­da­des de lo inme­dia­to.  McLuhan dis­tin­gue los efec­tos de lo aprehen­di­do a tra­vés de la ima­gen visual ‑que “no ocu­rren en el nivel de opi­nio­nes o con­cep­tos, sino alte­ran los pará­me­tros de los sen­ti­dos o los patro­nes de per­cep­ción con­ti­nua­men­te y sin nin­gu­na resis­ten­cia”- del pro­ce­so racio­na­li­za­dor que se requie­re para inte­grar el orden secuen­cial y frag­men­ta­rio de la escri­tu­ra. Este pro­ce­so racio­na­li­za­dor, si se per­si­gue con inte­rés, lle­va a una explo­ra­ción cada vez más amplia que ter­mi­na­rá por reba­sar las coor­de­na­das cul­tu­ra­les de ori­gen. El indi­vi­duo adquie­re la nece­si­dad de inves­ti­gar más allá de lo cono­ci­do a su alre­de­dor. Creo que a lo lar­go de ese pro­ce­so se tro­pe­za­rá con nocio­nes más afi­nes a las suyas que las esta­ble­ci­das por su gru­po social o cul­tu­ral, y se encon­tra­rá en la dis­yun­ti­va de con­ver­tir­se en un extran­je­ro, no el de Camus, sino el que se intu­ye como un extra­ño que se sin­gu­la­ri­za por su len­gua­je ajeno o su con­duc­ta des­acor­de con la de la mayo­ría y dic­ta­da por una pers­pec­ti­va más uni­ver­sal.

Vivi­mos un tiem­po de migra­cio­nes, no sólo físi­cas sino inte­lec­tua­les. Los indi­vi­duos se des­pla­zan para explo­rar el pla­ne­ta como lo han hecho siem­pre, pero aho­ra con movi­li­dad ins­tan­tá­nea. Las con­vul­sio­nes polí­ti­cas impli­can el exi­lio de las eli­tes ame­na­za­do­ras para el sis­te­ma, pero el exila­do no tie­ne que enmu­de­cer por fal­ta de comu­ni­ca­ción. Las voces se dejan oír en esa “aldea uni­ver­sal” que men­cio­na McLuhan como pro­duc­to del con­tac­to inme­dia­to y simul­tá­neo crea­do por los medios. Un gran núme­ro de escri­to­res con­tem­po­rá­neos aban­do­na su país, por nece­si­dad o volun­ta­ria­men­te, y lo con­tem­pla a la dis­tan­cia con una mira­da enri­que­ci­da por la inter­ac­ción con modos dis­tin­tos de vida. El fenó­meno no es nue­vo, pero se ve ace­le­ra­do por la tec­no­lo­gía. Sin embar­go, creo que lo intere­san­te de este con­cep­to que lla­mo de migra­ción no es de hori­zon­ta­li­dad sino de ver­ti­ca­li­dad; uno pue­de tras­la­dar­se geo­grá­fi­ca­men­te a cual­quier pun­to del pla­ne­ta y con­ser­var los víncu­los ideo­ló­gi­cos con su gru­po de ori­gen; o no reba­sar un radio de vein­te kiló­me­tros e incor­po­rar­se inte­lec­tual­men­te a estra­tos de otras lati­tu­des. Lo que pre­ten­do ana­li­zar con el tér­mino de migra­ción ver­ti­cal es la per­mea­bi­li­dad de los con­tex­tos cul­tu­ra­les, no como una cir­cuns­tan­cia deri­va­da de los medios, sino de la fas­ci­na­ción natu­ral que ejer­ce sobre los seres el encuen­tro con una cier­ta moda­li­dad de pen­sa­mien­to o una preo­cu­pa­ción espe­cí­fi­ca que coin­ci­den con las suyas. Se pue­den cate­go­ri­zar las corrien­tes ideo­ló­gi­cas en infi­ni­tos rubros; sin embar­go, exis­ten dos, cuyos enfren­ta­mien­tos se ador­me­cen o se agu­di­zan por épo­cas, pero cuyo anta­go­nis­mo intrín­se­co reba­sa las par­ti­cu­la­ri­da­des, y que yo defi­ni­ría como dócil o con­ser­va­do­ra, y rebel­de, a ries­go de sim­pli­fi­car has­ta la cari­ca­tu­ra. Creo que den­tro de esta dico­to­mía se dan len­gua­jes opues­tos para expre­sar posi­cio­nes polí­ti­cas, mora­les, reli­gio­sas, etc.; el estra­to empe­ña­do en apun­ta­lar ins­ti­tu­cio­nes por temor, con­vic­ción o con­ve­nien­cia, y el que insis­te en defen­der la pre­rro­ga­ti­va del indi­vi­duo de cons­truir su pro­pio pro­yec­to, como diría Sar­tre, y que se ins­cri­be en el pos­mo­derno reco­no­ci­mien­to de la equi­va­len­cia de los valo­res y la rela­ti­vi­dad de las ver­da­des. Aquí con­tem­plo esa migra­ción ver­ti­cal que impe­le a los indi­vi­duos y los her­ma­na con otros de una nue­va raza que nada tie­ne que ver con país, idio­ma o ante­ce­den­tes. El pen­sa­mien­to tam­bién es una patria, para­fra­sean­do a André Malraux, tal vez más exi­gen­te de las leal­ta­des que la ins­ti­tu­cio­nal. El escri­tor que se soli­da­ri­za con el cole­ga per­se­gui­do por sus ideas no con­si­de­ra si el per­se­gui­dor habla su pro­pio idio­ma, per­te­ne­ce a su gru­po étni­co, habi­ta su espa­cio o estu­dió en su escue­la; la fron­te­ra de iden­ti­dad es ver­ti­cal y esta­ble­ce otros pará­me­tros de simi­li­tud. Una escri­to­ra com­pro­me­ti­da con el movi­mien­to femi­nis­ta habla­rá la len­gua de sus com­pa­ñe­ras de cau­sa, sin impor­tar la sim­bo­lo­gía que emplee para plas­mar sus escri­tos; y éstos serán com­pren­di­dos por un públi­co hete­ro­do­xo dise­mi­na­do por el pla­ne­ta mucho mejor que por aqué­llos que, naci­dos y edu­ca­dos en su mis­mo ambien­te, difie­ren de sus moti­va­cio­nes. El nove­lis­ta preo­cu­pa­do por cier­tas temá­ti­cas actua­les, ya sean socio­po­lí­ti­cas, eco­lo­gis­tas o de sim­ple bús­que­da, deja tras­lu­cir esa preo­cu­pa­ción en su obra, la vier­te en la urdim­bre de su anéc­do­ta; el eco de sus pala­bras se deja oír, se repro­du­ce en otras y todas con­flu­yen en el mis­te­rio­so con­ti­nen­te de las ideas com­ple­men­ta­rias. “Yo me rebe­lo, por lo tan­to noso­tros somos”, dice Camus; la lite­ra­tu­ra es un vehícu­lo pri­mor­dial en el trá­fi­co de las ideas, el trans­mi­sor de seña­les que, como los saté­li­tes, comu­ni­can des­de el espa­cio.

Los gran­des temas moder­nos agru­pan a auto­res disí­mi­les por otros con­cep­tos; la des­mi­ti­fi­ca­ción de la gue­rra como recur­so váli­do en la defen­sa de la iden­ti­dad atrae igual­men­te al espa­ñol Pérez Rever­te que a la ita­lia­na Falla­ci o los esta­du­ni­den­ses Tim O’Brien y Thom Jones, el inglés Mar­tin Amis o el viet­na­mi­ta Bao Ninh; el éxo­do inte­lec­tual atra­vie­sa gene­ra­cio­nes y con­ti­nen­tes para cons­truir un terri­to­rio alter­na­ti­vo. Muchas anto­lo­gías moder­nas inte­gran a los auto­res por temas y no por corrien­tes esti­lís­ti­cas o lite­ra­rias, en un empe­ño común don­de idio­ma y nacio­na­li­dad no tie­nen cabi­da más que como refe­ren­cia bio­grá­fi­ca.

Un fac­tor que ha influi­do en el cor­te trans­cul­tu­ral de la lite­ra­tu­ra es el nue­vo mosai­co geo­po­lí­ti­co for­ma­do por las anti­guas colo­nias eman­ci­pa­das des­pués de la Segun­da Gue­rra Mun­dial. La inde­pen­den­cia no anu­la las déca­das de influen­cia del país con­quis­ta­dor, y da lugar a una sim­bio­sis entre nue­vas ideas y vie­jas creen­cias. El peso ances­tral de estas vie­jas creen­cias, que, aun some­ti­das por los ava­ta­res del impe­ria­lis­mo, sobre­vi­ven en la mito­lo­gía, las cos­tum­bres y la con­cien­cia colec­ti­va de las comu­ni­da­des, se equi­li­bra con las nue­vas ideas adqui­ri­das por muchos de sus repre­sen­tan­tes a tra­vés del con­tac­to, sobre todo aca­dé­mi­co, con los anti­guos colo­ni­za­do­res. Lejos de ani­qui­lar­se, estas dos corrien­tes para­le­las y en oca­sio­nes polí­ti­ca­men­te anta­gó­ni­cas se mime­ti­zan y dan lugar a una nue­va for­ma de des­cri­bir y escri­bir el mun­do: Michael Ondaat­je osci­la entre su nati­va Sri Lan­ka y el Cana­dá de adop­ción; el hin­dú Vikram Seth habla  acer­ca de la India ances­tral, el nige­riano Ben Okri teje his­to­rias habi­ta­das por los espí­ri­tus de su país, V.S. Nai­paul, Jamai­ca Kin­caid y Bha­ra­ti Mukher­jee escri­ben acer­ca de los inmi­gran­tes per­di­dos en las gran­des ciu­da­des — todos ellos en inglés. La alge­ria­na Nina Bou­raoui, los anti­lla­nos Patrick Cha­moi­seau, Simo­ne Sch­wartz-Bart y Mary­se Con­dé, (estas últi­mas de Gua­da­lu­pe),  recrean en el más puro fran­cés la idio­sin­cra­sia y las luchas de sus pue­blos. En el caso de Con­dé no se tra­ta sólo de una voz anti­lla­na expre­sán­do­se en fran­cés lite­ra­rio; va más allá, a los ances­tros de otro con­ti­nen­te: Áfri­ca, esa tie­rra que hechi­zó la ima­gi­na­ción de los euro­peos, aho­ra reco­no­ci­do como refe­ren­cia y ori­gen. Es impo­si­ble nom­brar a todos los auto­res que sal­tan las barre­ras tra­di­cio­na­les de iden­ti­dad y al hacer­lo apor­tan no sólo con­cep­tos dis­tin­tos a sus patrias adop­ti­vas, sino otor­gan un nue­vo vigor a su segun­da len­gua con las imá­ge­nes de su idio­ma nati­vo, tér­mi­nos for­ja­dos con otros soni­dos, pala­bras y excla­ma­cio­nes inven­ta­das para otras emo­cio­nes. Tal vez el ejem­plo más ecléc­ti­co es Kazuo Ishi­gu­ro, japo­nés emi­gra­do a Ingla­te­rra, cuyas nove­las hablan tan­to del Japón des­pués de la bom­ba ató­mi­ca como de un mayor­do­mo inglés en la épo­ca entre las dos gue­rras mun­dia­les, expe­rien­cias ambas aje­nas a la suya y trans­mi­ti­das en el inglés aca­dé­mi­co de su edu­ca­ción oxfor­dia­na. Ishi­gu­ro dice: “cuan­do me resul­ta­ba  con­ve­nien­te podía ser muy japo­nés, y lue­go, cuan­do que­ría cam­biar, podía con­ver­tir­me en este muy común y corrien­te ciu­da­dano inglés”. En Méxi­co, Maria Lui­sa Puga situó su nove­la en la Ken­ya pos­co­lo­nial, Euse­bio Ruval­ca­ba explo­ra la Ale­ma­nia del medioe­vo, los per­so­na­jes de Agus­tín Cade­na deam­bu­lan por los oscu­ros calle­jo­nes del vic­to­riano Lon­dres de Dic­kens. Los pará­me­tros de iden­ti­dad, en el sen­ti­do que los des­cri­be Fromm y los men­cio­né al prin­ci­pio, se han modi­fi­ca­do para todos estos escri­to­res, ape­nas unos cuan­tos en el pano­ra­ma de las letras con­tem­po­rá­neas, en cuan­to a se refie­re a su temá­ti­ca y a la bús­que­da que empren­den en su obra. 

Un aspec­to muy sig­ni­fi­ca­ti­vo de esta espe­cie de cri­sol don­de se fun­den las iden­ti­da­des es que es impo­si­ble borrar­las del todo; que­da la natu­ral ten­den­cia emo­ti­va a afe­rrar­se a lo que hemos here­da­do, como el cimien­to de un edi­fi­cio ecléc­ti­co don­de las vie­jas creen­cias con­vi­ven con las nue­vas ideas y la mira­da se ampli­fi­ca para con­tem­plar un espec­tro enri­que­ci­do. El mun­do pos­mo­derno es uno, las fron­te­ras se borran en todos los sen­ti­dos, en la con­ti­nua inter­re­la­ción de tex­tos a otros tex­tos, otros auto­res, pelí­cu­las, arte; el pre­sen­te home­na­jea al pasa­do rein­ter­pre­tán­do­lo, como hace Lich­tens­tein con los cua­dros de Matis­se. Nada de lo que exis­te en el tiem­po y el espa­cio nos es ajeno, y nues­tra úni­ca iden­ti­dad es la que nos une a tra­vés de lo que ama­mos y nos resul­ta vital. Dice Bioy Casa­res que escri­bir es aña­dir un cuar­to a la casa de la vida. Esa casa no per­te­ne­ce ya a una geo­gra­fía cul­tu­ral; está abier­ta y en ella resi­den todos los que gus­tan de su esti­lo, admi­ran el pai­sa­je que se con­tem­pla des­de las ven­ta­nas y van colo­can­do los volú­me­nes de su obra en los estan­tes de la biblio­te­ca.